viernes, 14 de febrero de 2014

Por qué aguantamos ciertas cosas



Me admira y estremece la capacidad de sufrimiento, de aguante, del ser humano. En según qué ocasiones –las terribles, cuando las circunstancias son trágicas-, el instinto de supervivencia de la especie prevalece; en otras, en las cotidianas, las fácilmente subsanables, la modorra existencial toma las riendas.

“Si un problema tiene solución, ¿para qué preocuparse?; si no la tiene… ¿para qué preocuparse?” y con esta o parecida filosofía vamos dejando que los que mueven los hilos sigan creyendo que sus marionetas no tienen vida –ni vida, ni ideas-.

A veces encuentro en mi camino a personas que se sienten oprimidas. Personas que se quejan, continuamente, de su mala suerte, de las injusticias de que son objeto, del abuso que padecen y yo, que soy de poco compadecerme cuando le veo el truco a la cosa, no tengo palabras de ánimo o consuelo del tipo “bueno, ya pasará”, “no hay mal que cien años dure” o “este es un valle de lágrimas, ya se sabe”.
No, yo soy más bien de meter el dedo en el ojo y preguntar -¿por qué lo aguantas?. Y es curioso, porque entonces el quejica se revuelve y te das cuenta en seguida de que ya no le interesa lo que le vayas a decir.
Que no existen opresores sino oprimidos, que la situación que está padeciendo es porque quiere, que en su voluntad está darle la vuelta a las cosas… No, lo que quiere es solidaridad con su cobardía, empatía e incluso un punto de conmiseración.

Esposas soportando lo innombrable por miedo a enfrentarse al mundo, maridos más que hartos y aburridos pero incapaces de renunciar a su vida cómoda y rutinaria, asalariados agachando la testuz por no soltar su mísera nómina, padres explotados por hijos egoístas que se sienten (los padres) culpables de la mala educación que les dieron y amantes aferrados a unos brazos fríos e indiferentes elegidos antes que la soledad (más fría e indiferente si cabe).

¿Por qué aguantamos ciertas cosas? Cada uno tiene sus propias justificaciones, las excusas justas y precisas para acallar la conciencia lacerada. Por eso, cuando se encuentran a un amigo, le lloran en el hombro y se quejan de la opresión de que son objeto. Pero casi nadie hace nada.

En fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario