sábado, 1 de febrero de 2014

Sábado, sabadete...


Hay frases con olor a rancio y esta es de las buenas; pero curiosamente sigue en vigor –por lo menos entre la fauna masculina de cierta edad-, a pesar del tufillo a falta de higiene que delata. “Sábado, sabadete, camisa nueva y polvete”, nos relata la historia de un tiempo en el que la gente se duchaba tan sólo una vez a la semana (el sábado), por costumbre, por falta de cuartos de baño, por incultura, y el aseo personal conllevaba echar a lavar la camisa que se había utilizado durante toda la semana (puaj) y ponerse una nueva (limpia).

Lo del “polvete” supongo que haría alusión al cumplimiento semanal del débito conyugal o a la escapada prostibularia. Sin embargo, yo sigo escuchando el maldito ripio dicho con un guiño significativo de…’me toca, me toca’.

La vida sexual a partir de cierta edad no tiene más que dos posibilidades: una, patética; dos, estentórea –muy fuerte, ruidosa y retumbante-. Es decir, los extremos, siempre los extremos. Están las parejas de toda la vida con sus rutinas discretas y suficientes y las parejas que se acaban de formar que parecen estar liberando la sobrecarga de libido acumulada durante los años de sequía.

Que yo he visto –sin ruborizarse- a dos sesentones comiéndose la boca cual adolescentes, salpicando chispas por doquier y dándome después la nochecita (hablo de la disco de un hotel y –maldita sea- estaban en la habitación de al lado) con risas, gritos y crujido de somieres. Lo malo no es que no te dejen dormir sino que encima te carcoma la envidia.

Pues eso; revisemos nuestras posibilidades (en pareja o a lo suelto) y reacomodemos el paso de baile, no vaya a ser que nos quedemos con dos palmos de narices mientras los demás se lo pasan en grande. A pesar de la tensión alta y los bypasses. Y que nos quiten lo ‘bailao’.

En fin.
 

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