martes, 4 de febrero de 2014

Cosas que me encanta hacer en la cama




Existe un punto de no retorno a partir del cual una no tiene que dar cuentas de su vida a nadie. Es una barrera que se franquea sin darse mucha cuenta, que tan sólo se apercibe superada cuando, en un momento de lucidez, se echa la vista atrás para contar las piedras que había en el camino y un estremecimiento de estupor y alegría se instala a medio camino entre la garganta y las rodillas y ya no se va nunca más. Resulta entonces que cosas que nos mostraron como superfluas o dañinas retoman su lugar y fecundan imaginación y espíritu.

Como pasarse el día entero en la cama sin estar enferma.
Día no laborable. (Si lo es, el placer aumenta varios puntos). Lluvia, viento o frío. Silencio. Paz por fuera y por dentro. El entorno protector, la envoltura de la soledad, -o no- el placer de transgredir (todavía).

Si la cama fuera compartida la gracia del asunto sería más que evidente –por lo previsible y placentero-, pero hay que saber rizar el rizo, buscar el placer donde se esconde, no donde lo muestran. Así que sigamos en solitario y dejémonos fluir.

En la cama me encanta:
- Volverme a meter después de haber desayunado.
- Leer la prensa (y sucumbir a la modorra subsiguiente).
- Sentir lo bien que se está mientras el mundo sigue girando sin mí.
- Leer cien páginas seguidas de mi libro favorito del momento.
- Contestar al teléfono con un “¿sí… mmm…dígame...?” lánguido y arrastrado como un tango.
- Mirar por la cristalera (si no hay cristalera se puede mirar al techo) reacomodando el cuerpo entre cojines y edredones y dejar la mente en blanco. Pero en blanco, blanco.
- Volverme a meter después de haber comido.
- Hacer la siesta como en los viejos tiempos. (De pijama y orinal)
- Jugar con el portátil hasta que se acabe la batería.
- Recibir a las visitas (siempre cae alguna) en plan Colette.
- Estirarme, desperezarme, encogerme y resurgir de entre las sábanas.
- Cantar.
- Volverme a meter después de cenar algo y un baño de espuma.
- Leer.
- …………
- Dormir.

Un día perfecto, sobre todo porque a nadie tienes que explicarle porqué lo haces y el placer que te da. Eso o irte al monte a pegar gritos.

En fin.

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