martes, 4 de febrero de 2014

Cotillas y enanos saltarines


Si es que una es ingenua hasta decir basta y mira que debería tener más conchas que un galápago, por aquello de la edad y tal, pero no, para algunas cosas parezco que me acabo de caer de un guindo. Resulta que estoy yo aquí tan tranquila, dándole caña a mi blog, sin más pretensión que un discreto divertimento, pensando que quien lee o comenta lo que escribo lo hace movido por ningún afán que no sea pasar un rato mientras toma un café o el último paso después de leer lo que dicen prensa y periodistas y resulta que tengo infiltrados cotillas y enanos saltarines varios. (Utilizo el masculino genérico de la Academia).

Como tengo bien clarito puesto mi nombre y esta ciudad es un pañuelo (lleno de mocos, precisemos) quien ha llegado a conocerme (ámbito laboral, círculo social o vecindad), los amigos quedan excluidos de esta pequeña manifestación de estupefacción, puede llegar a pensar –si es que en algún momento lee lo que yo escribo- que mis palabras son fiel reflejo de una realidad personal e intransferible. Pues no. Craso error, señora cotilla mayor del reino.
Craso error, señor enano saltarín.

Servidora no dice más verdad en este blog que la que cada uno quiera entresacar de las palabras, interpretar personalmente de acuerdo con su prisma o, como espero y deseo, con la suficiente claridad mental como para comprender que sería un insulto a mi inteligencia pensar que voy a poner a tender mi colada a la vista de todos. Eso se hace cuando a una le pagan (y mucho) y decide venderse –que no es el caso para ninguno de los dos supuestos-.

Que alguien involucre a mis seres queridos y critique –a mis espaldas, obviamente- los profundos sentidos ocultos de mis humildes artículos me produce estupefacción e hilaridad respectivamente.

“Ladran, luego cabalgamos”.

En fin.

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