domingo, 16 de febrero de 2014

En brazos de la mujer madura




Mediodía. Demasiado pronto para comer, un pequeño paréntesis al tímido sol entre dos enjambres de nubes, un dry martini y el periódico. El se sienta en la mesa de al lado. El le mira, ella le devuelve la mirada, él se la roba durante un rato.

Es agradable hablar con alguien en estos tiempos de indiferencia, -piensa ella- a veces la soledad no es tan interesante –concluye-. Él es joven, insultantemente joven al lado de ella que tiñe canas con bastante glamour y mucho aplomo, una pequeña conversación intranscendente entre madame martini y monsieur capuccino. Pero él es un depredador nato y la mujer comprende y acepta el juego (sólo un rato, hasta la hora de comer). Y la encandila con las palabras, arrastradas, medio susurradas, en un castellano aprendido con prisas para salir de caza. La sonrisa de él es magnífica, sus rasgos bellos y jóvenes, su origen indudablemente magrebí.

Cuando ella se despide él le sonríe con una promesa en los ojos y la deja marchar. Al minuto se levanta tras la sombra de la mujer y la sigue desde lejos; ve cómo entra en un portal cercano y acelera el paso y llega justo a tiempo de golpear el cristal de la puerta que se cierra, le hace señas, ella retrocede, con la pregunta en la mirada. “¿Podría volver a verte…?”, aventura él poniendo ojos de cordero degollado y ella, amable pero firme le dice que no, que sería una tontería… “Sí, pero una tontería deliciosa”, responde él.

Al día siguiente ella no necesita acordarse del encuentro breve pero intenso de la víspera porque él está a dos pasos, esperándola. E insiste, y le habla, y ella escucha y caminan juntos y la tarde se pierde entre nubes y claros. Él tiene una historia que contar y a ella le encantan las historias; de hecho, se inventa muchas, su realidad la crea con palabras y sueños entremezclados.

¿Le interesa tener un affaire con este joven inmigrante, guapo, instruido, cultivado incluso, aunque manifiestamente fuera de toda lógica? La vida es tan corta y sin embargo tan triste. Queda lejos el último requiebro, el último amante, los últimos brazos que mecieron a la niña que se esconde tras su fachada de mujer-madura-segura-de-sí-misma…

Cada día él la espera a su regreso del trabajo; sentado en un banco del jardín, un día le ha traído un poema, al siguiente unas flores, hoy sostiene entre sus labios la promesa de un encuentro feliz.

En el último instante de lucidez ella le pregunta “¿Qué quieres de mí?” y él, dejándose naufragar en los ojos de ella le contesta en un susurro inquietante…”Un empadronamiento, mon amour”.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

LaAlquimista

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