martes, 4 de marzo de 2014

Algunas cosas que nadie puede saber sobre la vejez



Quede claro que estas líneas se escriben desde la más sencilla intención de romper una lanza a favor de las personas mayores, esas a quienes los que tenemos menos de setenta años, gustamos de llamar “los viejos”.

Para empezar no he traspasado la barrera social definitoria que te obliga a dejar de formar parte de la edad madura y te coloca la etiqueta oficial de “viejo”: los setenta. También creo que he dejado atrás aquel otro hito: el de los treinta. O sea que si ya no te dan un crédito joven, ya no eres joven. Pero tampoco viejo. Así que, por pura lógica, podremos y sabremos –si queremos- hablar de la juventud o de la infancia (en mi caso de mi total ‘madurez’) pero nunca de lo que no conocemos.

Y, lo siento mucho, pero “viejos, son los trapos”. Viejo es el anciano al que no quieres, viejo es el vecino tocapelotas, viejos son los que van en montón indiscriminado, viejos son los padres y abuelos de los demás. Pero, ¿los nuestros también? Jamás nadie de mi entorno se dirigirá a mi madre llamándola “esa vieja”, excepto que sea muy mal educado o grosero. Y yo, como hija de una madre anciana, siempre me dirijo con respeto y cariño a ese colectivo que ya está en la última etapa de su vida.

Porque no sabemos nada, pero lo que se dice nada, de lo que pasa por la mente de otras personas. ¿Quién podría alardear de ello? ¿Quién tiene esa bola de cristal?. Lo que hacemos es imaginar y sacar deducciones. (Muchas veces erróneas).

“Los proyectos malogrados, los errores cometidos, los engaños soportados o las decepciones acumuladas” –se dice-. Y a mí me gustaría hablar de los proyectos que llegaron a buen fin, lo que se aprendió de los errores, del amor, la amistad y el cariño recibido durante toda una vida, de la satisfacción de haber pasado por la existencia acumulando alegrías –y algunas penas-, del contento de estar todavía ahí, compartiendo o recordando la única tarea que traemos todos como un pan debajo del brazo al nacer, LA VIDA.

Yo prefiero hablar de los ancianos. Porque no me gustan los eufemismos. Así pues elijo una palabra que viene en el diccionario y que es exacta y acertada y mucho más cariñosa para con quienes están completando ya el círculo vital. Frente a ese autobús lleno de ancianos que los lleva cada día a pasar unas horas “en el jardín de la vejez”, están todos los ancianos que pasean por las calles, se sientan en los bancos, contemplan el follaje de los árboles (más de 50.000 en nuestra ciudad –árboles, aclaro-) y que sonríen.
Están todos esos ancianos que han sabido granjearse el derecho a ser amados en los últimos años de sus vidas. A mí que no me hablen de abandono; a mí que no me hablen de que “es que los hijos tienen cada uno su vida y no pueden ocuparse…”. A mí que me hablen de amor y punto. Y si no hay (amor) pues no me cuentes milongas.

Uno siempre recoge lo que ha sembrado. (O debería). Aunque me parece que en estos casos suele haber demasiado “pedrisco emocional”.

Además, lo bueno de la vejez es que se olvida casi todo lo malo; y mejor así. Los recuerdos amables, el amor vivido –entregado y recibido- no hace falta que se quede grabado en la parte del cerebro donde anida la memoria; lo mejor de toda una vida está siempre grabado de manera indeleble en el corazón. Y el corazón habla. Habla cuando eres joven, habla en la edad adulta y hablará (¿por qué no?) también cuando seamos ancianos.

O eso quiero creer.

En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
LaAlquimista
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4 comentarios:

  1. Hola Alki,
    Quiza sepas que vivo con mí madre , vá para ocheta y dos, es toda ternura
    y amor. Para mí es estupendo tenerla a mi lado.

    Vengo observando desde que, comencé a hacerme cargo- que no es carga aguna- de mí madre qué, casi todo el mundo se empeña en admirarme cómo
    si yo fuera una especie de, Santo heroe martir, sólo por este hecho de convivir con
    ella, También sé que extraña el qué, un varón asuma tal convivencia.
    Pero lo cierto es, qué hé acabado por pensar que la gente para, librarse
    -ó privarse según se mire- de cuidar a sus mayores, y a la vez justificarse
    de, no hacerlo, pues...quieren ,poner algo tan natural como es seguir amando
    a tu madre a tu lado , como si de una obra o misión de titanes se tratase.
    Bién cierto que, ese hipócrita tratamiento que me dispensan, me produce
    algo de asco.
    La verdad es que me gusta como suena la palabra viejo o vieja. Esto de los
    eufemismos no tiene fín,y a quien le gusta insultar ahora dice ¡anciano que
    pareces un anciano! y así con tantos términos, y nombres de cosas...


    En fin, de verdad pienso que, si dejamos tirados en la cuneta a quienes
    amamos...la vida no vale nada...para mí, claro.

    Abrazos mil no cojen en un barril.

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    1. Jose

      Amar a los ancianos a los que se empezó a amar cuando no lo eran...es muy fácil. Lo difícil es amar a las personas a las que no se ha amado nunca ¡cuando son ancianas! Entonces surge la hipocresía y el crugir y rechinar de dientes.
      Yo sigo pensando que cada uno recoge lo que ha sembrado...y en este caso, tu madre...tiene la palabra.
      Supongo que la quieres porque ella siempre te demostró amor. Esa es la condición número uno...¿o no?
      Un fuerte abrazo para ti y otro para tu madre.
      Alki

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  2. Hola Alki-
    He escrito un largo comentario hablando sobre el respeto. el amor,
    la conciencia, pero lo he borrado al percatarme que me estaba de
    fendiendo de tu respuesta...cuando en tus palabras no hay ni ofensa
    ni agresión. Mas bién encuentro agudeza en tu analisis, sinceridad
    e imparcialidad.
    Me quedo pendiente de reflexionar sobre eso de "la condición
    numero uno"
    ¿Quien comenzo a amar? mi madre a mi..? yo a ella al nacer ?
    Mé amaba antes de haberme parido,? nos amábamos a un mismo
    tiempo ?
    se mé han revuelto las tripas, algo tendre que vomitar para que
    quede tranquilo mi corazón.

    Abrazos gratos.



    .

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    1. Jose
      Es que...no sé...dicen que una madre es una madre y todo eso, pero yo, que soy madre por partida doble, no creo que me merezca más amor que el que doy a mis hijas.
      Es decir: ¿Puedo ser una madre egoista, desnaturalizada y violenta y pretender que mis hijas me amen?
      ¡Sería absurdo!
      Por eso digo que cada uno recoge lo que ha sembrado...
      Nada más.
      Abrazos cariñosos.
      Alki

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