martes, 18 de marzo de 2014

Mi vecino el de las torrijas



A veces se me cruzan los cables como a todo el mundo y hago entonces cosas raras como todo el mundo. Por ejemplo; si estoy muy absorta en una tarea más o menos intelectual como es ordenar los papeles de los últimos ocho años o censar mi pequeña biblioteca por nombre de autor en vez de por orden de apeaderos, decido que no me hace falta ir al súper de la esquina a hacer la compra y que me basta y me sobra con toda la comida que tengo almacenada en casa. Entre frigorífico, congelador y alacena, como para tres semanas más o menos.

Siento una íntima satisfacción en ir agotando existencias; una especie de “renovación” interior. Así que, me planteo terminar con los tomates, las acelgas, las vainas y los calabacines. Me esforzaré en comer la enorme escarola que compré en mi última incursión al mercado y haré un puré con las hojas verdes y patatas y zanahorias. En el congelador hiberna una merluza –de anzuelo- en varias raciones junto a dos tuppers con lentejas y otro con alubias negras. Hongos y setas bailan por su cuenta al lado de coliflor y brécol en pequeños ramilletes. La caja grande de langostinos, cuatro chicharros de ración y dos lenguados son los jefes de la bandeja de abajo.

Pero al hacer inventario me entra una angustia horrorosa, como si el hecho de tener que comerme toda esa comida me produjera un empacho psicológico por adelantado, qué horror, ahora comprendo porqué tengo esa afición a comprar alimentos cada día y a dejar lo que está guardado “para por si acaso”. He tomado una decisión de la que ya me estoy arrepintiendo a los diez minutos así que, ni corta ni perezosa, decido que tengo que reaccionar por la vía de emergencia, salir de esta ansiedad que se me empieza a formar en la boca del estómago y que sé que me llevará a agarrar el carro de la compra y asaltar compulsivamente el colmado más cercano en busca de alivio.

Me quito las botas y me pongo las zapatillas de casa para evitar la tentación de salir a la calle; cambio los vaqueros por el pijama azul –ese que me queda tan sexy aunque no abrigue apenas -último regalo de mi último novio-, me pongo sobre los hombros una pashmina de pura lana virgen matalujurias para compensar y voy a llamar a la puerta de mi vecino, el que se me comió las torrijas una tarde de viernes hace unas pocas semanas.

- “Hola, que hoy me toca a mí pedirte que me invites a lo que sea, que llevo unos días trabajando como loca y no he podido hacer la compra…”

- “Pasa, pasa, mujer, a ver qué encontramos por ahí…”

Es que no hay como que le deban favores a una…

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
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