domingo, 23 de marzo de 2014

Si cruzas en rojo no llegarás a viejo

 
Soy una paseante empedernida de esta ciudad nuestra que tantas alegrías y penas nos ofrece; mas sobre todo soy una paseante atenta. Lejos de ir con la mirada perdida y los cascos en las orejas voy observando todo lo que veo. Me gusta mirar los edificios, levantar la cabeza y contemplar los maravillosos adornos arquitectónicos de que están provistos –sobre todo en el área romántica-, descubrir balcones exuberantes, “selváticos” imposibles e incluso algunas muestras de anecdotario de lo cutre, lo insólito o lo extraño.

Empezando por la “casa del águila” de la Plaza del Centenario, siguiendo por el precioso templete del edificio que mira al Parque de Amara justo al final de la calle Prim, el tristemente abandonado Teatro Bellas Artes del genial Cortázar –a ver si antes de que se cumpla el centenario de su construcción -2014- “quien corresponda” le echa un cable-, mi itinerario favorito recorre la calle Prim con las preciosas farolas de la acera de los números pares, los templetes y pérgolas en lo alto, sus portales modernistas y, ya casi en la Plaza de Bilbao, la magnífica y hermosa fachada de Prim 17. Si el camino hacia el centro de la ciudad se hace por el Paseo de los Fueros la vista, siempre a mano izquierda, descansa y se sorprende en los jardines vetustos, abandonados algunos y utilizados otros, que hacen imaginar el esplendor de unos edificios del siglo pasado con viviendas que daban a dos calles y por cuyos pasillos se podría andar en bicicleta.

Pero tanto como disfrutar de la contemplación de los edificios me gusta observar detenidamente a los paseantes, a la gente con la que me cruzo en el agradable deambular. Si van apresurados intento imaginar el porqué de su prisa, si tranquilos y pausados demoro mi sonrisa en sus ojos un segundo, el justo para muchas veces ser correspondida. Un día laborable por la mañana somos ciertamente muchos los paseantes, haciendo ejercicio o compras cotidianas, caminantes y usuarios teóricos del bidegorri (que no siempre utilizan aun discurriendo éste paralelo a su camino), allá ellos y su sentido del civismo. Hombres y mujeres aireando a sus perros: pequeños, medianos, grandes y enormes, con correa o sueltos, depositando regalitos que son retirados o permanecen –allá los dueños y su sentido del civismo-; los vagabundos en los bancos del parque haciendo tertulia mañanera alrededor de sus cartones de vino, las cuadrillas de pedigüeños tirados –literalmente- por el suelo con la mano extendida…me fijo en todo esto.

Pero hoy me ha llamado la atención un detalle y ya no lo he soltado en mis dos horas de paseo citadino. Los semáforos en rojo y los peatones. ¿Qué absurda ley impera en esta ciudad que hace que un porcentaje altísimo de peatones cruce las carreteras con el semáforo en rojo confiando su integridad física a la buena suerte o al azar? Miran a un lado y a otro, y si consideran que no viene nadie o que tienen tiempo para cruzar, se lanzan a la calzada temeraria pero decididamente. Supongo que serán los mismos que si un coche no respeta un paso de cebra vociferarán como energúmenos llamándole de todo al conductor…

¡Qué sensación solidaria con otras personas esperar a que el semáforo se ponga verde aunque no se divise ningún coche en lontananza mientras otros cruzan tranquilamente! Nos sabemos diferentes, como miembros de un club clandestino que se reconocen por signos ocultos en la calle… como diciendo, nosotros somos distintos, queremos respetar para también ser respetados…

Curiosamente, los que cruzan en rojo son lo mismo jóvenes que mayores, hombres o mujeres, solos o en compañía de otros… se ve que es un deporte popular…

Mi último recorrido –de Anoeta al Kursaal- me ha llevado a cruzar cuarenta y cuatro calles entre ida y vuelta, de las cuales veinte con semáforo añadido; en siete ocasiones lo he pillado en verde y en las otras trece el semáforo estaba rojo y he debido detener mi paso. Cada espera ha sido de entre 30 y 60 segundos, así que me he pegado casi un cuarto de hora parada al borde de la calzada esperando para cruzar. ¿Exagero? En absoluto. Reto a cualquiera a hacer la prueba. Un día de estos voy a empezar a charlar y hacer nuevas amistades con gente civilizada…en los semáforos en rojo.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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