miércoles, 19 de marzo de 2014

La cabra tira al monte

 
El hartazgo de asfalto me empuja hacia el monte, tan cercano y accesible. Ese monte que –cada vez más- se llena de bancos, papeleras, caminos empedrados y carriles para bicis y en el que da hasta reparo sentarse en el suelo para comerse una naranja mirando al infinito. Porque hay que coger el coche para irse un poco más lejos y encontrar un bosque mínimamente asilvestrado y, sin embargo, cruzarse de continuo con paseantes con perros, muchos perros y sueltos (a ver) todos ellos que en cuanto te ven se acercan a trotecillo ligero a husmear donde les dejen. Ese bosque por el que hay que patear con cuidado para que no te atropellen los de las bicis –que también son hijos del mismo dios y paganos del mismo impuesto- que van dando saltos felices de disfrutar como tú de la naturaleza.

A veces me detengo y espero que me adelante el grupito de gente charlatana (mujeres, qué le vamos a hacer) que con su cháchara pasada de decibelios hace que los pájaros (¿qué pájaros?) se escondan donde nadie les ve, espero a que pasen para que mi perspectiva quede diáfana durante unos minutos o segundos en el peor de los casos, trasiego incesante del mediodía soleado en enero cuando nos hemos escapado unos centenares de habitantes de la ciudad para pasearnos (con botas y plumífero) por lo verde en vez de por lo gris.

Me consta que en los montes de toda la vida, el tráfico de montañeros es impresionante, ya no te digo nada en una estación invernal; quizás el Camino de Santiago esté un poco menos transitado en esta época (recuerdo las marabuntas de un mes de Julio en que no era año jacobeo), de hecho, acaso la única manera de respirar el aire fresco en soledad sea en la terraza de mi casa, todo cemento y piedra, pero sin habitante alguno en lontananza.

He pensado que quizás voy a madrugar todavía más, pero es inútil el esfuerzo; ya a las ocho de la mañana cualquier día, laborable o festivo- los paseos frescos de parques y montecillos y bosques y bosquecillos que circundan la ciudad se van llenando de tantos paseantes distendidos, tranquilos, sin prisa, que se saludan al cruzarse con los “iépa” de toda la vida…

Casi tengo ganas de que llueva y truene y se levante viento huracanado para poder quedarme en casa y disfrutar un poco…de la soledad…

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50
LaAlquimista

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