jueves, 13 de marzo de 2014

PhotoSpeack o el timo de la estampita



Recuerdo con cariño la paciencia infinita con que, allá por el año 80, intentaba explicar –con dudoso éxito- a mi abuela octogenaria cómo funcionaba un “fax”. Ella, que había sido testigo de la instalación de los primeros teléfonos, del prodigio de un cuarto de baño con ducha y bañera y, cómo no, del milagro televisivo en blanco y negro, no acertaba a comprender –ni yo a explicar- cómo se podía introducir una hoja de papel escrita en la ranura de un aparato y que apareciera al instante en otro aparato situado a distancia. Ay, amona, !si supieras que ahora el fax está prácticamente obsoleto…!

El viernes presencié alucinada el funcionamiento de la aplicación llamada “PhotoSpeak” instalada en uno de esos teléfonos que hay ahora a los que casi, casi, les sobra la función de transmitir la voz a distancia. Estábamos mi amigo G. y yo en un restaurante celebrando su cumpleaños y como no todos los días se cumplen cuarenta y dos, el muchacho se había ofrecido a sí mismo el aparatejo de marras. Así que estaba como niño con zapatos nuevos y a la hora del café –que durante la cena ni se atrevió- no pudo aguantar más y tuvo que mostrarme, con satisfacción nada disimulada, su última adquisición.

– A ver, me dijo, te voy a sacar una foto pero ponte natural. (Debe conocer mi afición a “posar”). Miré hacia el fondo del local y cuando ya el camarero se acercaba a ver qué quería, escuché el “clik”.

– Vale, ahora di algo.

– ¿Profundo o cualquier tontería? , pregunté yo.

– Qué guapo estás hoy, le dije sonriendo.

Manipuló con cara de misterio la pantallita del teléfono y me mostró… mi rostro, sonriendo, pestañeando, girando los ojos a derecha e izquierda siguiendo el rastro de su dedo que se movía por la pantalla y… mon Dieu, mi voz, susurrante, mi boca abriéndose, mis labios pronunciando arrastradas las palabras: “qué guapo estás hoy…”. Pegué tal grito que los comensales de todas las mesas se volvieron a mirarme, pero yo no podía contener mi entusiasmo y al grito inicial siguieron mis carcajadas, mi risa despendolada, transportada por la magia de la tecnología punta al universo de sueños impensados.

En un instante me ví junto a mi abuela riendo con ella –que no de ella- en el flashback de hace treinta años. -Pero esto, esto… ¡ es increíble, es fantástico…!, le dije cuando pude por fin articular palabra.

-No, no es fantasía –me contestó mi amigo G.- es una aplicación informática que no sirve apenas más que para jugar un rato.

Tiene razón G. Mirar a los ojos a alguien y decirle cosas bonitas no puede dejarse en manos de la tecnología so pena de engañarnos y acabar construyendo una realidad afectiva virtual. Es el peligro de tanta red social, que acaba mucha gente creyendo que tiene amigos porque el marcador lo dice o porque recibe todos los días dos docenas de correos electrónicos en los que no hay ni una sola palabra personal. Al final vamos a acabar no viéndonos porque total, ya tenemos “aplicaciones informáticas” suficientes para paliar la soledad.

De momento no quiero ese teléfono; prefiero que me haga los requiebros un hombre de verdad…

En fin.
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LaAlquimista

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