domingo, 9 de marzo de 2014

Noche de sábado en la ciudad

 
El sábado tuve “cena de primas”. Es una forma de hablar, obviamente, porque mi madre es hija única y por parte de padre la familia se dispersó hace mil años, pero quiero decir que me aceptan en una cuadrilla de mujeres -que casi todas son primas entre sí- y que están llenas de alegría de vivir y de ganas de pasárselo bien a pesar de que la vida les zarandee como a cualquier otro hijo de vecino. Son mujeres con bastantes menos años que yo –a mí es que siempre me ha gustado “la carne joven”- y su espíritu vivaz y su carácter abierto componen un cóctel absolutamente estimulante a la vez de contagioso. O sea que estábamos siete féminas (una se puso enferma y no pudo salir) vestidas de negro marchoso, con el ojo de Dior y los labios de Chanel dispuestas a pasar unas cuantas horas distendidas y divertidas.

Es curiosa la facilidad que tenemos muchas mujeres por estos lares para reunirnos sin necesidad de ninguna excusa aparente. La búsqueda –y el encuentro- de ese espacio de libertad que permite sentir la propia individualidad. ¿Un logro o un regalo? En cualquier caso, habíamos quedado a las ocho y media en el reloj del Bule –que parece seguir siendo el meeting point por excelencia; ahí quedaba yo con mis amigas a los quince y con mis novios de los veinte- para tomar un vino y hacer tiempo para la cena. En una hora ya estábamos sentadas alrededor de la mesa en el restaurante elegido (media entrada, muchos claros, camareros en posición de firmes mirando al infinito). La cena –que no es más que una excusa para charlar de todo y arreglar el mundo a los postres- no se pudo alargar más allá de las doce menos cuarto; empezaron a apagar velas y luces en general y sólo les faltó pasar la fregona para echarnos. Obviamente, si hubiera estado hasta la bandera eso no habría ocurrido, pero bueno.

La pena de estas reuniones es que, cuando más a gusto estás hablando de lo divino y de lo humano, caldeando el ambiente con una copa o dos cafés, tienes que salir a la noche fría -que no procelosa- y meterte en un sitio lleno de ruido –mezcla de música y conversaciones a grito pelado-. Así que de perdidos al río. Total, si no vamos a poder hablar pues mejor nos vamos a bajar la cena y darle gusto al cuerpo meneándolo lo mejor posible, lo que se puede hacer en el ámbito de lo privado yéndose cada una a su casa a ver si cae algo o en el ámbito de lo público acudiendo a una disco a bailar.

Sitios en Donosti donde puedan ir mujeres de 40 a tomarse una copa y bailar un rato sin subir la media de edad hay pocos, pero haberlos haylos. Así que nos fuimos al que estaba más a mano; un antiguo club de dudosa reputación reconvertido en disco bailona. Hay que dejar claro que el gusto por el baile no desaparece del cuerpo con los treinta ni con los cuarenta (ni los cincuenta, faltaría más); la gracia y el salero –si se tienen- son para toda la vida. Otra cosa es que la sociedad, los corsés sociales, te aplasten las ganas haciéndote creer que “ya no tienes edad”.

En la puerta tres gorilas, tres. Descorteses por abreviar y no decir más, hacían la selección típica de esta ciudad; te miran, hacen como que piensan algo y al final –después de unos angustiosos segundos en los que notas cómo te corre el sudor frío por la nuca- deciden si puedes entrar o no sin pagar el tributo estipulado. Bueno, pues el sábado tocó que “NO”. O pagas entrada o no entras.

Entre siete que éramos había de todo: la conciliadora, la racionalista, la revolucionaria, la que protesta y la que conoce al dueño “de toda la vida”. Oye, pues que no.

- Vamos a ver… ¿Pero tú te crees que no vamos a consumir nuestras buenas copas ahí adentro?

Que da igual, tú, que el precio de la entrada es un elemento disuasorio utilizado en esta ciudad para no tener que ponerte en los morros lo de “Reservado el derecho de admisión”. Añadido al hecho de que, al ser puente y haber muchos turistas, las normas se endurecen para sacar más dinero; la semana que viene, cuando ya sólo quedemos “los de casa”, todo son mieles y reverencias cuando siete personas entran de golpe en un sitio de esos.

Mientras las más aguerridas dialogaban con los tres cancerberos malencarados, aparecieron por allí unas chicas que parecían ser habituales y que entraron sin pago previo.

-Oye, mira, que yo paso, vamos que me entra el mosqueo y que ya me tomo los gintónics en cualquier otro sitio…

Así que, manteniendo la cabeza erguida y el paso bien firme, nos fuimos taconeando a la clásica discoteca de siempre, donde parece que tienen un ojo clínico diferente –y mucho más acertado- para saber quienes son los clientes habituales a los que no hay que poner barreras por mucho que quieran aprovecharse de unas cuantas aves de paso. Que hay hosteleros inteligentes y luego están los que no saben diferenciar las churras de las merinas.

Lo mejor de la noche fue lo mismo de siempre cuando nos juntamos: nosotras. Esas horas de conversación amigable y distendida en las que compartimos el gusto por ser mujeres y ser libres. Levanto mi copa por la cuadrilla “de primas”. Ah, y que nos quiten “lo bailao".

En fin.

LaAlquimista

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario