sábado, 29 de marzo de 2014

La tristeza de pertenecer a una clase inútil

 
No miro la televisión desde hace más de quince años por un puro ejercicio de higiene mental, pero no puedo sustraerme a los periódicos –aunque sean en formato digital-, y he cogido la costumbre, ahora que mi situación de pre-jubilada me lo permite, de llevarme el portátil a la cama y reubicarme en el mundo mientras saboreo el primer té de la mañana. Después de espantarme con lo que me cuentan desde la prensa local está ocurriendo en el mundo (árabe) paso a la nacional y, sin necesidad de billete ni pasaporte, doy el salto a la internacional. Allí todo es temblor y crujir de dientes.

Mientras el mundo se convulsiona a nuestro alrededor, parece que es efectivo el sistema de mirar hacia otro lado y pensar que todas esas cosas ocurren lejos de aquí. Y no es cierto, por mucho miedo que nos dé, tenemos que ser conscientes de lo que está pasando en el mundo y de que TODO nos afecta, nos va a afectar, aunque sea colateralmente.

Uno no puede hacer oídos sordos a lo que está ocurriendo, uno no puede encerrarse en su pequeño mundo de pequeños horizontes y hacer como que no tiene nada que ver con todo lo demás. Uno tiene que involucrarse de alguna manera en este loco devenir de la humanidad. De palabra, obra u omisión. Hablando para que con las palabras demos carta de naturaleza a los grandes cambios que están aconteciendo, de obra, para desarrollar la magnífica capacidad que tenemos de poner en acción los pensamientos que se han conformado a partir de nuestras ideas y de omisión, para dejar de hacer todo aquello que nos despoja de nuestra dignidad como personas.

Menudo discurso que me ha salido… pero me quema por dentro la conciencia de que podemos estar escribiendo la Historia desde una posición pasiva como dejaron que la escribieran en la Edad Media los siervos de la gleba, atados a una tierra que decimos nuestra y que pertenece a los grandes señores (los Bancos), repitiendo como papagayos el discurso de nuestros gurús (los políticos) y reduciendo nuestra conciencia a la mínima expresión. (Aquí no sé cómo definir al conjunto de una humanidad que está perdiendo su sentido humanista, si es que alguna vez lo tuvo)

Todo esto me pone muy triste, cuando hace veinte años me hubiera puesto la sangre a hervir. A mi alrededor impera la indiferencia o la tristeza. Quizás sea porque ya hemos visto muchas guerras –en la televisión, desde lejos- y demasiado pocas revoluciones…

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

Laalquimista

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