martes, 4 de marzo de 2014

Diagnóstico: desgaste general



Ayer fui al médico a pesar de que procuro alejarme lo máximo posible de tan digno grupo de profesionales, pero tocaba y punto. Un chequeo general, una especie de I.T.V. que a mi edad es más que necesaria. Ya me habían realizado análisis varios y tan sólo era para recoger los resultados, el veredicto del juez. Y me dijo que tenía un “desgaste general” propio de mi edad y condición.

¡Caray con los eufemismos!. Oiga, doctor, dígame que estoy hecha unos zorros, que tengo un poco de colesterol (del malo, del que hemos usado por aquí toda la vida), los triglicéridos un poco altos y todo un poco alto y que me cuide si quiero seguir soplando velas, pero no me despache displicentemente con ese “lo suyo es desgaste general”.

No, señor doctor, lo mío no es eso. Lo mío –y lo de todos- es la vida. La utilización ilusionada y emocionada de la vida. Eso es lo que desgasta: estudiar, trabajar, amar, soñar (verbos de la primera conjugación); comer, correr, perder, ceder (verbos de la segunda) y sufrir, vivir, morir (la tercer y última). Que me espetó el diagnóstico como si fuera culpa mía haber vivido hasta ahora…

Como yo soy de las que no se callan ni debajo del agua, le miré, me miró, nos miramos y le espeté: “O sea que … ¿no tengo ninguna enfermedad?” – “Pues claro que no”, contestó él. “Pues entonces ¿por qué no me ha dicho que estoy como una rosa para mi edad en vez de decirme eso tan feo del desgaste?”. Abrió la boca para decir algo más pero tuvo la lucidez de guardárselo.

Y es que siempre que ocurre igual sucede lo mismo, que tenemos la fea costumbre de usar términos acuñados desperdiciando las maravillosas posibilidades de nuestro lenguaje. Lo que desgasta no es la vida, lo que desgasta es la enfermedad. El amor no desgasta a la pareja lo que lo hace es el desamor. El trabajo no desgasta, lo que te destroza es el exceso. En resumidas cuentas que me temo que también la sociedad padece entonces mi mismo “desgaste general”.

Así que llamé a una amiga para contarle mis penas y tomarnos unas tónicas bendecidas a cuenta de lo que me había ahorrado en medicamentos.

En fin.
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LaAlquimista
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