jueves, 13 de marzo de 2014

Tirar la toalla o seguir luchando



 
Mis amigos se dividen en dos grupos: los casados y los sin pareja. Es una división simplista la que hago pero que lleva escondidos demasiados matices. Podía haber dicho: los que tienen pareja y los que no, mas no es tan sencilla la cosa.

Para empezar, digamos que el hecho de tener pareja es una situación activa –o proactiva que se diría ahora-, que conlleva el mantenimiento de la cosa en un día a día elaborado con inquietudes, proyectos en común, afanes compartidos e incluso ilusiones a dos bandas. Es decir, algo en lo que uno se implica, trabaja e invierte su esfuerzo vital.

Estar casado es otra cosa. Como es un estado civil en el que he permanecido durante muchos años sé de qué hablo. Estar casado provoca una dicotomía imposible y a la vez aceptada socialmente. Por un lado aceptamos cumplir unas normas especificadas en un contrato que firmamos ante testigos y por el otro nos dedicamos a soslayarlas con lacerante impunidad. De ello resulta que se rompa la baraja en tantas ocasiones, como es obvio y decente. O se sigue jugando haciendo trampas, todo hay que decirlo.

Es este el momento en que el ser humano debería plantearse si verdaderamente está destinado a caminar de dos en dos; si la individualidad que nos ha tocado en suerte se siente cómoda en la piel compartida, si buscar al otro es una pura necesidad nacida del miedo a la soledad, al deseo de aceptación social, o una firme voluntad de amar. Y ahí es donde se tira la toalla.

Porque tener pareja es otra cosa. Elegir una pareja –sin necesidad de recurrir al casorio- es un acto responsable, adulto y gratificante. Sobre todo cuando se ha pasado al otro lado de la valla, allí donde se respira el aire de libertad de la ausencia de chantajes emocionales y compromisos circunstanciales.

Elegir el segundo amor, la segunda pareja (o la tercera o la cuarta) es una decisión más importante que la primera que se tomó, porque ahora hay ilusiones rotas, esperanzas truncadas, heridas que siguen sangrando, incluso la dignidad descalabrada y es humano –y lo más fácil- rendirse y dejarse llevar.

Del grupo de mis amigos que no tienen pareja destacaré un denominador común que es lo que nos aglutina sin que nosotros lo hablemos: la ilusión por vivir un nuevo amor, la esperanza por encontrar el compañero adecuado, la certeza de que, la próxima vez, vamos a saber elegir mejor. Y en ello estamos los del club “sin pareja”: recargando las pilas para cuando nos vuelva a tocar el turno y con la seguridad de que, esta vez, lo vamos a hacer muchísimo mejor. Sin tirar la toalla, porque no estamos KO. Esa es la lotería que queremos que nos toque.

En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
Laalquimista

Por si alguien desea contactar:
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