lunes, 17 de marzo de 2014

Todos no somos iguales. Deberes de Etica

 
Cuando era pequeña y mis padres me remachaban la doctrina (religiosa) e hilvanaban mi futura formación ética con pespuntes de valores tradicionales, una de las frases estrella –comodín donde los haya para usos varios- era la de:”Todos somos iguales a los ojos de Dios”.
A los ojos de los dioses será, porque lo que es a los ojos de más abajo, ahí disiento totalmente porque las diferencias vienen marcadas a fuego. Al fuego de la Ley, al fuego de la Justicia, al fuego de los Gobiernos o al fuego del “poderoso caballero” de Quevedo, las diferencias que diseccionan a las sociedades son abrumadoramente visibles e insalvables.

Pero aun salvándolas –en un ejercicio de fantasía imaginativa elevado al cubo-, nos van a quedar, como rebabas o flecos pegajosos, otras diferencias que, de tan habituales, hemos acabado incorporando a nuestro panorama diario y dándolas por aceptables.

Me refiero a las actitudes y comportamientos de que el ser humano hace gala para desdecir eso de que “todos somos iguales”. El otro día me lo hizo ver una mujer encantadora, encargada de un comercio de ropa de mi barrio cuando, al despedirme de ella –cuando paso por delante de la tienda, echo un vistazo y si no la veo muy ocupada entro a pegar la hebra un ratito. Al despedirme le saludé con mi habitual “que tengas un buen día”.

–Ay, Cecilia, ojalá todo el mundo fuera así…

-Bueno, mujer, todo el mundo saludará, digo yo.

-¡Que te crees tú eso!, aquí entra la que parece un elefante en una cacharrería, la que lo saca todo de su sitio y lo deja hecho un gurruño en cualquier parte, la que te habla de tú sin mirarte a la cara y como si fueras su criada, la que se va con malos modos… así que no te creas que todos somos iguales.

Y tiene razón mi querida Coro. Por mucho que se intente ser amable –muchas veces sin querer- se trata a la gente con un tonillo de superioridad teñido de despotismo. Sabemos que hay que ser comprensivos, pero si uno tiene un mal día se salta a la torera esa mínima norma ética. (Que nos comprendan los demás a nosotros).
Ya ni te cuento de las personas que, invariablemente, son despóticas, irónicas, maleducadas, intolerantes con el prójimo y –lo peor de todo- destilan veneno por todos los poros de su cuerpo. Cuando tenemos un problema que nos acucia o un chirrido interno que nos desasosiega lo más fácil es caer en alguno de esos comportamientos –sintiendo que tenemos derecho a hacérselo pagar a alguien- y quedarnos tan anchos.

No soy modelo para ser tenido en cuenta –tengo en mi haber el abanico completo de defectos y una cajita de terciopelo con un par de virtudes- pero cada vez que me topo con un ciudadano que ha olvidado las buenas enseñanzas de sus padres y profesores me doy cuenta de que todos no somos iguales.

Y no lo somos porque unos hacen de yunque y otros de martillo, unos mandan arbitrariamente y otros obedecen con el susto en el cuerpo, unos abusan y otros se revuelven. Los que tienen la sartén por el mango consideran que los que están dentro tienen que freírse a fuego lento y no les importa nada hacer daño, humillar al hombre sencillo y reirse del que no ha agachado la cabeza, ampararse en la crisis para vengarse de quien le cae mal y no renovarle el contrato, manipular datos y cifras para robar dinero legalmente, disfrutar, en definitiva, de un poder oportunista que intuyen efímero.

Así que no todos somos iguales. Afortunadamente.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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