domingo, 9 de marzo de 2014

Torrijas "afroasiáticas"



De vez en cuando dedico una tarde completa a mis placeres personales para lo que me desconecto de todos los enchufes, me quedo fuera de cobertura en todos los teléfonos y los ordenadores de casa descansan conmigo de sus habituales jornadas de doce horas. Un almuerzo ligero, una siesta placentera –para poner el cuerpo a tono- y luego ¡a cocinar!. Descubrí que me encantaban los fogones hace algunos años –no demasiados- y le pongo cariño y dedicación a la cosa y nadie se me ha quejado; de hecho, repiten. La cocina es un arte para dar placer a los sentidos –a casi todos- y yo una aprendiza que se deja llevar por su instinto, hago un tête à tête con la vitro o el horno dejándome fluir, disfrutando de la inspiración del momento. Sopeso los ingredientes de los que dispongo y le añado “mano” e imaginación….

Pero hoy tenía capricho, más bien un antojo tardío, de comerme unas torrijas bien empapaditas en leche dulce o quizás es que leí en algún sitio que eran afrodisíacas (o “afroasiáticas” que disimula un poco) y quería probar a ver qué tal. Como siempre he sido muy apañadita para las cosas de comer, cuando se me despista el pan y se queda duro, no lo tiro; lo congelo. De ahí sale la materia prima para la sopa de ajo y las torrijas o para dar de comer a los pajaritos en las mañanas de invierno. Así pues, del cajón de abajo (del congelador), saco una barra de pan bien tiesa y pongo Radio 3 para que se vaya caldeando el ambiente. Leche, cáscara de limón, azúcar, canela en rama y las ganas; tengo de todo. Pongo la cacerola al fuego con la leche y el resto de ingredientes y entonces llaman a la puerta. (Es un timbre que no sé cómo se desconecta, pero ya aprenderé).

Me acerco, atisbo por el ojo de besugo y todo está oscuro al otro lado. Me acuerdo de mi abuela que nunca abría sin preguntar: “¿Quién es?”, y me siento tonta hablándole a la puerta blindada, pero no recibo respuesta. Un siseo en la cocina me indica que la leche ya está en su punto, hirviendo, y la retiro del fuego con cuidado. Corto el pan en rodajas de grosor medio -2 ó 3 cms.- y voy batiendo los huevos mientras la leche se templa. Pongo el pan en una fuente para recibir la ducha lechal y empaparse bien. Saco la sartén nueva y soy generosa con el aceite de oliva; al “9” que tiene que estar bien caliente.

Vuelve a sonar el timbre ; voy corriendo a la puerta y oigo una voz que dice: “Soy “X”, el vecino…” (El vecino, ese tan simpático –ahora que se ha divorciado- el único que me da palique los diecisiete pisos de ascensor, abre y sostiene la puerta del portal para que salga yo primero y me acompaña hasta el coche porque “va en mi misma dirección”. Dios mío y yo con estos pelos) Abro y me pego una carrerita hasta la cocina que el aceite ya comienza a reclamar su alimento. Mi vecino se mete “hasta la cocina” sin que lo invite y me contempla sorprendido, debo de estar muy sexy con el pelo recogido a la torera, el mandil de cocinera y las zapatillas de peluche con forma de conejito.

-“Que llevo de baja desde el lunes y no he podido comprar, que si te sobran un par de huevos o lo que sea”

En un abrir y cerrar de ojos voy bañando cada trozo de pan en la espuma amarilla y depositándolo amorosamente en el aceite humeante; de dos en dos y vuelta y vuelta. Siento sus ojos en la nuca y me tiemblan las manos. Las reposo amorosamente –las torrijas- en una fuente con unas servilletas de papel que absorben el exceso de aceite. Ocho nada más, las justas. Cuatro para ti y cuatro para mí; digo…cuatro para hoy y cuatro para mañana. El locutor de la radio se decanta por una bachata empalagosa, parece mentira, otro que colabora. Me quito el delantal y preparo un mantelito para llevármelo a la sala y darme un banquete –adoro las torrijas calientes con azúcar por encima-.

-¿Te las pongo para llevar?, le digo.

Fuera llueve, sigue lloviendo, y me encanta mimarme aunque luego mi dietista (y mi director espiritual, si tuviera) me monte la bronca. Así que decido no contarle nada.

- No, creo que me las comeré aquí- contesta sonriente...

En fin


LaAlquimista

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