miércoles, 26 de marzo de 2014

Mimosas



Es miércoles y son las once de la mañana, llevo cinco horas levantada. Cada vez duermo menos, quiero decir que cada vez el cuerpo me demanda menos tiempo para dormir, y gracias a este reajuste mis días tienen más de veinticuatro horas. Las once de la mañana de un día de invierno-primavera reluciente de fría luz. Tengo muchas tareas que acometer: andar diez kilómetros, leer cien páginas de un libro o, como hoy, asistir a una reunión que no va a cambiar el curso de mi vida. (¿o quién sabe?, es lo que tiene estar pre-jubilada, que todo es posible.)

El caso es que me pongo al volante de mi coche y decido regresar a casa por el camino más largo, disfrutando de la sensación de no ir a ningún sitio mientras todo el mundo se afana alrededor. El piloto automático me lleva a uno de mis parques favoritos; todavía falta para que el sol caliente y hay pocas madres con cochecitos de bebés y los abuelos con el periódico están al abrigo del cercano bar.

Con mi libro a cuestas busco uno de tantos rincones para disfrutar de la soledad, el viento de las últimas horas se ha calmado por completo y parece que este espacio haya quedado algo fuera del calendario invernal. De vez en cuando un corredor sudoroso pasa por detrás del banco donde nos sentamos (V.E.Frankl y yo), pero sus pisadas no llegan a distraerme lo suficiente. Al cabo de un rato largo noto que un leve sopor va invadiéndome y que las letras quieren escapar del libro y descansar un poco. Sé que me estoy durmiendo y me dejo llevar.

En mis sueños –porque he soñado- estoy bajo un gran arbusto de acacia mimosa que ofrece una floración espectacular; sus racimos llenos de polen invitan a la libación y exhalan su particular perfume. La capacidad olfativa se acentúa en mi sueño y me asalta sobresaltándome. El libro se ha deslizado hasta el suelo, el bolso sigue ahí, a mi lado, miro el reloj: acaso he dormido veinte minutos…

Para espabilarme voy contando uno a uno mientras los visualizo los veinte dedos que tengo e, incorporándome, busco con la vista la gran acacia del sueño. No, en este parque hay casi cien variedades de árboles pero nunca he visto mimosas. Recorro una vez más sus senderos confirmando que la primavera vendrá también este año, árboles brillantes de vida, parterres en floración, la naturaleza se ha salvado de la crisis…

De vuelta a casa, por el camino del último monte antes de volver a bajar a la ciudad diviso una gran mancha amarilla contra el cielo azul. Mimosas…

Para perfumar la vida.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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