viernes, 14 de marzo de 2014

¿Nadie da nada a cambio de nada?

 
Que todos somos hermanos y tenemos la obligación moral de hacer algo por el prójimo cuando este lo necesita lo hemos aprendido desde pequeñitos; mejor o peor, desde la educación –religiosa de aquellos tiempos y humanista de estos- hasta el entorno familiar que, más o menos, ensalzaba los valores de entrega y generosidad bien o mal entendida, los que andamos que ya no cumplimos los cincuenta hemos cohabitado con un “pepito grillo” inevitable que, en años bisiestos como mínimo, dejaba oir su vocecita protestona y quejicosa.

Pero claro, todos tenemos y hemos tenido la excusa perfecta para obviar el asunto: el ritmo frenético de vida. El binomio trabajo/familia (sobre todo para las mujeres) ha marcado pautas insalvables o cuando menos difíciles de reconsiderar. No teniendo tiempo libre o siendo este muy poco, lo justo para alguna clase de Arte o bailoteo gimnástico, iba callándole la boca al saltamontes ese con colaboraciones dinerarias a alguna causa que me parecía más o menos “justa” y punto pelota.

Pero ahora ya no tengo excusa que valga, no me puedo permitir el lujo (o la estupidez) de ocupar las horas que antes eran laborables (40 a la semana para ser exacta) en actividades dedicadas única y exclusivamente al ocio, deleite o distracción de mi persona.

Uf. Menudo panorama. No es tan fácil como parece, porque una no puede decidir de la noche a la mañana marcharse al culo del mundo con una oenegé mientras tenga cerca, en su pequeño círculo, quien pueda beneficiarse de esa “generosidad”. Y he puesto la palabra entre comillas porque me da muchísimo reparo acercarme a concepto tan abstracto y complicado a pecho descubierto.

Mi pregunta del millón siempre fue esta: ¿La madre Teresa de Calcuta se daba a los demás por pura generosidad y entrega desinteresada o porque ella misma lo NECESITABA? Ahí te quiero ver. Servidora, de generosa, poca cosa. Bueno, sé invitar a unas rondas y dejar de ir al cine por acompañar a mi madre anciana a dar un paseíto… pero no sé yo si más que eso. (Las generosidades típicas de una madre de familia no cuentan aquí) Entonces… ¿a santo de qué puñetas se me hace imprescindible dedicar mi tiempo sobrante a quien lo pueda necesitar? Por eso llevo unas semanas tocando puertas aquí y allá y comprobando con sorprendida satisfacción que parece ser que son legión las personas que se ofrecen voluntarias para realizar actividades diversas (e incluso variopintas) aquí mismo, en nuestra pequeña ciudad, a través de diversas fundaciones de índole social.

Voy descubriendo que hay tantas personas en los cursillos de Pilates, gimnasia de mantenimiento, natación, bailoteos varios, pintura al óleo y cocina oriental como en fundaciones y asociaciones donde lo que más se necesita es alguien dispuesto a escuchar a todas las personas que tienen necesidad de que se les escuche.

Me asalta la terrible duda de si no seré yo misma la que necesita integrarse en una sociedad que desconozco, a la que he pertenecido durante treinta y seis años (los laborales) observándola desde la periferia, sin incidir en ella a través de mi proyecto vital con nada que no fuera el calendario laboral y el sueldo a fin de mes. Y una satisfacción muchísimo menos profunda de la que hubiera deseado. Sin embargo, ahora, sin cobrar un duro y sin más interés que el que no le tengo que confesar a nadie, empiezo a sentirme mejor conmigo misma. ¿Por qué será?

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

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