lunes, 13 de enero de 2014

A mí que me echen un galgo




Pensando en cuánta contradicción anida en el ser humano, cómo y en qué medida hay que bregar con ella, como si fuera un amante de última generación que una no sabe cómo manejarlo sin instrucciones, ocultando unas veces, haciendo gala ostentosa otras, viene a ser lo que más se lleva en la estación de la madurez de la mente y del espíritu, esa que supuestamente se adquiere al cabo de muchos años y muchas conchas, que las contradicciones se aplaquen, como la libido –dicen- y pasen a formar parte del resabio del que algunos hacen gala en las sobremesas cargadas de humo y alcohol.

Repaso grosso modo las mías, las más flagrantes, las más descaradas, las que me han acompañado muertas de risa en los velorios y con la melena suelta algunas noches de luna llena y constato que nos hemos hecho grandes amigas. Y ya se sabe, a una amiga no se le traiciona.

Tener una mente racional y un corazón sandunguero es como la pareja del médico y su bastón, que son de diferente tamaño pero inseparables. Cuando niña –y también luego de mayor- mis abuelos, padres, tíos, los vecinos y las monjas se atrevían a machacarme con la pregunta del millón: “¿cuándo vas a tener sentido común?”.
Y yo les miraba alucinada, pelín condescendiente, pensando para mis adentros el interés que podía reportarme algo tan vulgar que ya obraba en poder de todos. Ahora el juego fácil de palabras es decir que el sentido común es el menos común de los sentidos, pero es cierto, tengo que confesar que soy una racionalista sin sentido común alguno aunque sentidos tengo varios –más de seis-, pero ninguno de ellos es “común”.

Y como no soporto ver a medio mundo matándose con las armas que fabrica el otro medio mientras los fariseos se desgañitan ante los micrófonos por la paz y orden, no me queda más remedio que envolver en papel de aluminio, cual bocadillo de jamón del bueno, lo que me queda de razón, meterlo en la mochila de supervivencia y tomarme unas vacaciones al otro lado del espejo hacia ese mundo piruleta que me hace guiños indecentemente irresistibles.

Antes de que sea demasiado tarde, corto el gas, quito la luz, cierro la puerta y … ! que me echen un galgo ¡

En fin.

LaAlquimista


Foto. C.Casado

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