lunes, 6 de enero de 2014

Cosas de mi abuela


Esta semana he hecho limpieza en casa, de esas en las que una se ve atacada como de una fiebre suprahumana que le impele a llenar bolsas y más bolsas de objetos, papeles y ladrillos que fundamentan toda una vida. En un arcón que originariamente contuvo dos docenas de botellas de vino, aparecieron docenas de cintas de casete. ¿Qué hacer con ellas? ¿Cómo tirar a la basura la banda sonora original de media vida?. Los vinilos, ni tocarlos, son sagrados y siguen guardados como oro en paño para que los tiren a la basura –o no- mis generaciones futuras.

Revisándolas, las cintas, deseché auténticos despropósitos musicales que me moriría de vergüenza de mencionar aquí, pero que en su día creí que me agradaban (o me los regalaron, quien se acuerda ya); además de las cintas originales estaban aquellas que “copiábamos” de algún disco original –el emule de la época- y otras enigmáticamente etiquetadas. Así que saqué de un armario la vieja radio con casete incorporado e inserté una cinta en la que ponía “abuela”.

Mi amoña formó parte en su juventud del Orfeón Donostiarra y la que tuvo, retuvo, y con sus ochenta años le insté , en una tarde lluviosa de café con leche y mediasnoches, a que cantara, para grabar de cara a la “posteridad” canciones de la época. Y allí estaban sus versiones languidecidas del “Sleeping-car”, “Maritxu” y tantas otras que conforman la historia de una época, canciones populares vascas desde principios del siglo XX hasta la posguerra. No hace falta decir que me emocioné cumplidamente al escuchar su voz trémula y cariñosa del final de su vida.

Mi abuela se esforzó en sus ochenta para entender cómo funcionaba un fax, o qué era un walkman o un microondas. A pesar de eso, seguía pidiéndome que le comprara papel “Galgo” para escribir sus cartas a pluma –nada de bolígrafo- , se acostaba con su primitivo transistor Vanguard pegado a la oreja buena y ni qué decir tiene que nunca permitió que en su cocina hubiera otro horno que el de toda la vida.

Porque en los años de mi abuela, las cosas eran “las de toda la vida” y ahora… sigo teniendo los armarios llenos de objetos que me niego a tirar porque son el testimonio de una vida, la de mi abuela y la mía.

Otra vez será…

En fin.

LaAlquimista

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