viernes, 10 de enero de 2014

El demonio de la depresión



El desayuno del viernes con una amiga viene con la noticia de que en el instituto de su hija adolescente hay dos profesores –un hombre y una mujer- que llevan desde Octubre de baja por depresión y como no me callo ni debajo del agua se me ocurre hacer el chiste de que será por el trauma de tener que volver a enfrentarse a “las fieras” después de las vacaciones… No tiene ni pizca de gracia mi broma, es una profesión con gran riesgo para la salud mental –y de la otra en algunos casos-, me hace ver con acierto mi amiga y yo, cumplidamente, me ruborizo.

Pero algo se me ha quedado bullendo y traslado el tema a la cena del sábado y todos tienen algo que añadir: en la fábrica donde trabaja uno está empezando a haber bajas por ese motivo casi más que accidentes laborales, en el banco donde se gana los garbanzos otra la “depre” alcanza a varios mandos intermedios… y la conversación se torna seria, de repente todos nos damos cuenta de que más vale no reirse no vaya a ser que…

Porque cada cual conoce a algún caso cercano, un amigo, un compañero, un vecino, un familiar. No hay dos iguales y las circunstancias impiden hacer cualquier chiste desalmado, el ambiente se tensa sin desearlo, nadie quiere romper una lanza a favor de los deprimidos aunque tampoco arrojar una piedra contra ellos. ¿Qué sabemos nosotros de las oscuras tristezas que se esconden en los recovecos de la mente? ¿Quiénes somos para juzgar a quien está perdiendo la ilusión por la vida?

Pero lo que sí se sabe es que el demonio de la depresión es omnívoro; tanto le da un adolescente con angustia vital como un pensionista que enviuda. Pero todos conocemos a alguien de más de cincuenta años que no aguanta más el trabajo o que no soporta sus cadenas afectivas o que se está viendo aplastado por los compromisos adquiridos.
Y no es edad buena para ponerse enfermo de angustias mentales, es edad esta para pensar y sentir que la vida sólo se vive una vez, para hacer el esfuerzo último por salir adelante, como cuando uno tenía –en otro tiempo- una meta, un reto y se dejaba los hígados por conseguirlo.

La depresión es una enfermedad incomprendida porque se oculta detrás de una cortina de humo, como si diera vergüenza confesar que uno está cansado de vivir.
Y además de las pastillas que recetan en la seguridad social podría ser bueno utilizar una fórmula magistral compuesta de unas gotas de cinismo, otras de ironía, un chorrito de esperanza y todo el excipiente posible de sentido común. Una nube de buen humor y el punto exacto de locura para, precisamente eso, no volvernos locos.

En fin.

Libro recomendado como quien no quiere la cosa: “Más Platón y menos Prozac” de Lou Marinoff.

LaAlquimista http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

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