sábado, 25 de enero de 2014

La quema de libros


Ayer volví a visionar por enésima vez ‘Farenheit 451’, la visionaria novela de Ray Bradbury llevada al cine con genialidad por François Truffaut en 1966. Es una película que no me cansa volver porque cuenta la utopía de la cultura, intentando convencer a la sociedad del gran legado que tenemos en nuestras manos. A través de los libros principalmente, de la palabra escrita. Para quien no conozca la obra diré que en un tiempo de ciencia-ficción ¿?, los libros estarán prohibidos por considerarlos el gobierno ¿? perjudiciales para la salud moral del individuo y su buen equilibrio emocional. Y son los bomberos, que antes sofocaban incendios, los encargados de quemar literalmente los libros que logran –mediante delaciones- descubrir en escondidas y privadas bibliotecas.

El argumento sería simpático sino fuera trágico. En la escena en que la anciana profesora se inmola junto con su biblioteca clandestina está resumida la importancia que tiene la cultura como para morir incluso por ella.

Si en tiempos de la Santa Inquisición la quema de libros –y de personas- era la forma de evitar la difusión de ideas innovadoras o contestatarias, si después se hicieron listas de libros prohibidos, las secuelas siguen dándose en nuestros días en un mundo, como el de Ray Bradbury, en el que la difusión del conjunto de la cultura sigue controlada y dominada por los que detentan el poder. Sin embargo, el problema no es ese en el fondo, el problema es que somos nosotros, los miembros de esas sociedades bienpensantes, los que estamos ‘quemando’ los libros.

Simplemente no leyendo lo suficiente enviamos a la cultura a la hoguera. Sin necesidad de que se entere el vecino ni escarnio público.

En fin.

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