martes, 7 de enero de 2014

Identificación oculta


Cada vez que suena el teléfono doy un respingo. Lo que en otro tiempo fuera motivo y augurio de alegría se convierte, sobre todo en las mañanas de los días laborables en que no voy a trabajar, en un suplicio tecnológicamente refinado. Una voz cantarina –masculina o femenina- me suelta mi nombre y mis dos apellidos y deja unos pocos segundos para que yo corrobore que sí, que soy yo. A continuación sigue brindándome pruebas irrefutables de mi intimidad: que vivo en la calle tal, número cual y que tengo en mi casa teléfono, línea ADSL, ordenador de sobremesa, ordenador portátil, ruter telefónico y teléfono móvil. (Un día me preguntarán si también tengo un vibrador en la mesilla de noche)

Ante mi pasmado silencio –porque el orador solitario habla y habla sin apenas respirar (cómo lo hacen, los pobres, vaya angustia), entra a por uvas. Me informa de que me llama para que yo pueda acceder a un sustancial ahorro de dinero si contrato sus servicios facturables. Yo ya no les digo que no me interesa, gracias, ni que tengo la sartén en el fuego; les pregunto que de DÓNDE han sacado todos esos datos personales y me dicen que, uf, bueno, ya sabe usted doña fulanita, hay unas listas, todo es público, en fin…

Pues no señorita –o señorito- todo no es público, que me sé yo muy bien eso de la ley de protección de datos y tal, y ante ese pequeño requiebro por mi parte la parte contraria –ya estamos enfrentados, obviamente- aduce que bueno, que claro que sí, doña fulanita, pero que ella –o él- tan sólo quiere ofrecerme la oportunidad de ahorrar una sustancial cantidad de dinero si… (de nuevo el rollo de dos minutos inexpugnables).

Esta mañana han sido tres operadores telefónicos los que se han puesto en contacto conmigo, tres de los más conocidos en este país. Pero la gracia es que el lunes pasado también llamaron los tres, amén de los que me invitaron a una reunión en un hotel para la presentación de la última novedad en apartamentos compartidos y ofreciéndome un exprimidor eléctrico por mi asistencia.

Este acoso y derribo se lleva a cabo mediante ingeniosos aparatos que machacan, una y otra vez, los mismos números telefónicos para conseguir hacer perder los nervios –y el tiempo- a quien conteste a su llamada. “Identificación oculta”, esa es su tarjeta de visita.

Pobre gente, ocho horas al día soltando el mismo rollo, una y otra vez, recibiendo contestaciones variopintas, las más de las veces un bufido. Pero, ojo, no nos creamos que con no descolgar el teléfono estamos protegidos, no; ellos insistirán una vez, dos veces, tres veces como el goteo incesante sobre la herida abierta, para conseguir nuestra aceptación, sí, son los torquemadas del siglo XXI, los inquisidores telefónicos amparados en la maldita identificación oculta.
Por lo menos los testigos de Jehová llaman a la puerta y dan la cara.

Ahora me explico porqué mi madre nunca contesta al teléfono, ahora me explico porqué los que nos quedamos en casa por una u otra razón pasamos las mañanas en un continuo sinvivir. Si es lo que tiene hacerse mayor, que no somos nada pacientes ya.

En fin.
 
LaAlquimista

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