jueves, 2 de enero de 2014

Crítica injusta a la juventud





Y digo injusta porque no voy a poder ser objetiva por mucho que lo intente. No me falla la memoria lo suficiente como para no acordarme de las “locuras” que cometí cuando era joven de pleno derecho, ni tengo excusa alguna para volver la vista hacia otro lado negando que me puse el mundo por montera más veces de las necesarias. PERO, -aquí viene la madre del cordero-, pero jamás hice gala de mis propios desmanes. Me explico, porque veo que se me ha ido la pinza hacia la cuerda del vecino.

Yo salgo por la noche todavía. Vamos, que no le hago ascos a una buena cena en un restaurante y su ronda de copas por los pocos locales en los que no me siento como en una guardería. O sigo saliendo al cine y luego al bar a comentar la película trasegando unas cervezas. Y como estoy en la calle a las dos y a las tres de la mañana hablo por lo que ven mis ojos y no por lo que me cuentan.

En el centro de mi ciudad, en la pura calle, en el nuevo mirador del náutico o en el paseo del muelle, en los soportales de la plaza más bonita o en los bajos de la playa más hermosa, delante del museo y detrás del museo, en cualquier sitio que les venga en gana, ahí están, primero sentados y luego tirados por el suelo, con sus bolsas de plástico llenas de mercancía –por lo menos aprenden a hacer la compra-, los nuevos alquimistas del cubata 2x1.

Y cuando paso a su lado me detengo, les miro descaradamente, observo qué beben y cómo lo beben, cómo ríen y se mueven, el trasiego de porros y pastillas –no siempre-, la bulla y el jaleo. Algunos aceptan el reto visual y provocan un pelín más, pero no se atreven a más (yo también viajo en grupo, aprendí hace muchos años).

La otra noche hubo una buena polémica en la cuadrilla porque cuando nos pusimos a criticar injustamente la falta de “clase”, la vulgaridad, la poca gracia que tenían para divertirse, empezamos a reconocer a algunos de ellos. Un sobrino por aquí, la hija de unos amigos por allá, en definitiva, que seguro que nuestros propios hijos estaban escondidos detrás de una columna esperando a que desapareciéramos del mapa de una vez.

Pero a ver quién dice nada al día siguiente, a la hora de la resaca, que tuvimos que volver a casa en taxi porque íbamos más que cargados del vino de la cena y de los copazos de después.

Como dice el tonto del pueblo: “es lo que hay”.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario