jueves, 2 de enero de 2014

Veinte años sin ti

 

 

Hoy hace veinte años que te fuiste envuelto en luz hacia esa eternidad en la que creías firmemente. Fueron las peores navidades de nuestra vida –de la tuya y de la mía. Tú porque sabías que no podrías hacer el sempiterno chiste con el brindis de: “que el año que viene no haya uno menos” y yo porque intuía que la vida sin ti a mi lado iba a cambiar sustancialmente.

Te quise mucho y tú lo supiste siempre; tomé el cuidado de que lo sintieras, de que mi amor hacia ti no se quedara envuelto en neblinas de rencores tristes como pasa en las familias donde los sentimientos se esconden en la trastienda. Bien es cierto que nuestra historia tuvo momentos muy duros, de incomprensión por ambas partes, pero fuimos valientes limpiando, aireando la casa del alma y las acritudes dieron paso a las confidencias para devenir en una complicidad amable y reconfortante.

Luego, cuando ya mi vida estaba encarrilada y los amores no me rompían el alma, cuando teníamos tanto tiempo para disfrutar con pequeñas cosas, siempre pequeñas, pero que nosotros hacíamos grandes, te pusiste enfermo y el frío se aposentó en el amable cobijo que habíamos construido tú y yo.

No quiero hablar de cómo te sentiste, de cómo yo imaginaba que te sentías, porque hablar con un enfermo de cáncer que no tiene más realidad que su propia esperanza y la fuerza interior, era complicado y doloroso. Yo quería que vieras crecer a mis hijas, tus nietas, que siguieras contándoles a ellas los mismos cuentos que me habías contado a mí; las bromas inocentes, el tiempo que les dedicaste, siempre dispuesto, generoso, lleno de cariño…

Dejé de hablar contigo de mis planes de futuro porque sabía que tú habías esquivado el tuyo; ya no me hacía feliz charlar por los codos contándote tal o cual viaje que pensaba hacer o enumerándote las ilusiones que vivían en mi corazón. Empecé a callarme y a tomarte de la mano cuando estábamos juntos; tus manos tan delgadas, sarmentosas, que ya no recordaba más que como magas de caricias y nunca de dolor alguno. Miraba tu rostro, tan parecido al mío, tú esbozabas la sonrisa del amor y me decías: “hija mía, cómo te pareces a mí, cualquier día te sale el mismo bigote” y yo hacía como que me reía por fuera y me acalambraba por dentro…yo no veía la luz.

Me compré un libro para acompañarte en los últimos recodos del camino; fue el primer libro al que solicité ayuda, la necesitaba, tú también, qué duda cabe, pero sacabas tu fuerza de tu Fe y yo…yo eso no lo quería comprender. “Amor, medicina milagrosa” de Bernie S. Siegel me ayudó en el difícil camino de despedir a una persona amada hacia la luz eterna. Yo sé que, al final, tú querías irte, que no aguantabas más, estabas destrozado por la lucha, te abandonabas en los brazos de un AMOR con mayúsculas en el que confiabas tanto o más que en el que recibiste en esta vida. No te reprocho que abandonaras la nave; yo en tu lugar habría hecho lo mismo.

Entonces, una madrugada del dos de Enero no volviste a abrir los ojos. Esa noche yo no estaba en la clínica donde te preparabas para el tránsito; la guardia nocturna la hacía otra de tus hijas. En cuanto me llamó, al filo del alba, fui tranquila a despedirme de ti una vez más. Me colé en la habitación que ya era terreno vedado y exigí hablarte, sentirte y besarte por última vez.

Te vi sereno y feliz como nunca antes te había visto, papá. Te deseé buen camino hacia la luz, hacia la “estrellita cariñosa” donde te había reservado plaza para que mis niñas pudieran enviarte un beso cada noche. Te besé con todo el amor que tú supiste despertar en mí y luego compartir. Y no lloré, no, ni una lágrima porque yo sabía –y sigo sabiendo- que tu labor había llegado a su fin, que dejabas espacio a otros amores, a otra luz, a otra realidad en la que tú creías y que yo no discutía…por amor hacia ti.

Hoy hace veinte años que sigo hablando contigo de mil maneras. Y, fiel a ti mismo, me contestas a tu manera, con guiños, con silencios, siempre con ternura.

Gracias papá por cuidar de mí y de mis niñas.

Te quiere siempre, tu “gurriata”.

Laalquimista

Por si alguien quiere contactar:

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Foto: Album familiar

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