domingo, 5 de enero de 2014

Una sonrisa boba


Es esa sonrisa que se lleva puesta en el rostro y que, como si fuera un hilo enganchado a la ropa, alguien te dice que lo llevas prendido, que te lo sacudas y tú le miras, con tu sonrisa, y dices, no, no, deja que está bien así.

Es esa sonrisa que regala en silencio los buenos días al entrar a comprar el pan, al subir al autobús, al cruzarte en la puerta del banco con alguien que quiere salir cuando tú quieres entrar, la sonrisa que pone nervioso a tu vecino en el corto viaje compartido en el ascensor, la sonrisa que hace que algunos te miren por la calle como si fueras de otro planeta.

Y no es así, en absoluto. Llevar en el rostro una sonrisa no es más que un deseo de transmitir una briznita de alegría al otro, el fútil intento de compartir un segundo de sosiego, una inventada y gratuita manera de rozar las lindes de lo tranquilo y feliz.

Estas chuminadas no se me ocurren porque sí, sino que las saco de mi observación.
Por ejemplo, digamos que mañana me pongo la sonrisa especial como aquel que se pone el abrigo con la bufanda a juego y no se lo quita hasta que regresa a casa. Un accesorio más, como los pendientes, o la corbata, o el gorro, un detalle.

El truco del almendruco es que, cuando una persona va por la vida con la sonrisa en la boca, es muy difícil que nadie le ponga una zancadilla. Bueno, casi nadie.

En fin.

LaAlquimista.

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