lunes, 6 de enero de 2014

Una caja de bombones



El otro día hablábamos de lo que a las mujeres nos gustan los hombres y de lo que a los hombres les gustamos las mujeres. Y jugábamos a poner símiles, a hacer chascarrillos y alguna que otra broma subida de tono.

A mí me gusta el chocolate como a casi todo el mundo, es decir, bastante tirando a mucho (porque tiene el cacao una sustancia adictiva llamada teobromina, que se sepa) y de vez en cuando mi cerebro (y mi corazón) demanda su ración de azúcar.
Pues me imagino que tengo una caja llena de hombres, digo de bombones. Abrir la tapa y descubrir el precioso y bien dispuesto surtido; una se queda mirándolos y piensa: “mmm, qué buen aspecto tienen… ¿cuál sabrá mejor?”, hace que los dedos traviesos y la mirada glotona revolotee por encima de los montoncitos apetitosos y…voilà, imposible decidirse sin mirarlos e imaginarlos antes.

Quizás primero llamen la atención los que van envueltos en papel de plata de colores –los más guapos y peripuestos-, o esos de chocolate negro con formas de diseño -¡qué tentación¡- y ¿qué decir de los que llevan un trocito de nuez o de avellana en la puntita? –ay, mon dieu, esas sensuales tentaciones-; todos, me gustan todos, pero hay que decidirse y la verdad es que siempre hay alguno que destaca por encima de los demás y que parece que está diciendo “cómeme, cómeme”.

Pues voy, me decido y le doy un mordisco… ¿a que os ha pasado muchas veces que hincáis el diente a un hombre –digo a un bombón, qué lapsus- y te quedas con la cara así como diciendo, “pues no es para tanto” y miras la otra mitad que tienes en la mano y como queda feo devolverla a la caja pues haces de tripas corazón y te lo tragas sin apenas disfrutarlo? ¿A que si…?

Y piensas, a ver si con el siguiente tengo más suerte… y resulta que está relleno de algo verde, puaj, y te vuelve a pasar lo mismo y dices, bueno, el último y ya está, y se te queda pegado al paladar una masa mezcla de mazapán y pasta de dientes y te estás empezando a cabrear con la vida y con los fabricantes de bombones y con tu mala suerte y es entonces cuando recuerdas que, en la parte de debajo de la caja, hay una “chuleta” donde explica la composición de cada uno de los bombones y te llamas tonta, claro, cómo no te has dado cuenta antes, pero resulta que ya estás medio empachada y decides dejar la caja dichosa llena de tentaciones que ya no lo son dentro de un armario y juras que no vas a volver a probar un bombón en seis meses.


Pues más o menos eso es lo que yo contaba como símil sobre los hombres y al final, después de las carcajadas, alguien me pidió que le sacara mi caja de bombones y…bueno, que no puedo seguir porque me parto de la risa…

Y como decía Forrest Gump, uno de mis filósofos favoritos (el otro es Groucho Marx), “la vida es como una gran caja de bombones que nunca sabes cuál te va a tocar”, pues eso, que a vivir que son dos días.

En fin.



LaAlquimista




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