martes, 7 de enero de 2014

Bailando con corderos


No es la secuela de ninguna película, se me ha ocurrido este título por una reciente experiencia. Pues resulta que me invitaron a una boda y me lo pasé de maravilla bailando hasta altísimas horas de la madrugada; bailando con la juventud invitada y bailando con los invitados padres de la juventud presente. Y entre sofoco y sofoco –de los saltarines, no de los otros-, apoyada irremediablemente en el eterno gintonic , conseguí cambiar un par de frases con alguien que estaba a mi lado.

- Buen ambiente, ¿eh?
- Sobre todo para los “vejetes”…
- ¿?¿?
- Que digo que mira que saltos pegan los de la tercera edad¡¡¡¡
Que a alguna se le va a salir la cadera de su sitio…¡¡¡

No sé si lo dijo por mí y por mis risibles contoneos salseros, pero por si acaso me di media vuelta –era un chaval con corbata morada- y me volví a mi mesa pensando, eso sí, que tenía algo de razón, que de los que invadían la pista de baile la mayor parte estaban ya en la divina edad de la jubilación o próximos a ella.

Al día siguiente era sábado y tocaba algo tranquilo como ir al cine; pero hacía buena noche, los vientos y los fríos estaban aburridos de fastidiar y apeteció dar un paseo nocturno. Fuera del recorrido habitual tropezaron las ganas de cerveza y un garito con el letrero de “Club” y allí que fuimos con la sana intención de tomar algo y nada más. Pero, oh maravilla de las maravillas, allí estaban todos y todas, con sus mejores –o peores- galas, encaramadas ellas al tacón imposible y ellos enarbolando su mejor sonrisa –de las de porcelana de la cara, por cierto-. Nadie por debajo de los cuarenta y todos bailando con una sincera alegría; parejas o gente sola, pero no había lobos y eso es lo que más me gustó.

¡Cuánto tiempo hacía que un “chico” no me pedía de bailar…¡ La risa me daba alas en los pies, mal calzados con botas, pero se me contagió la alegría reinante y nos dieron la una y las dos y las tres…
y al filo del amanecer nos encontró la luna aullando a unos pacíficos corderitos que quizás hace veinte años fueran lobos pero que ahora, a estas alturas de la película, llenaron la noche de alegre dulzura.

Qué verdad es que el ser humano es una continua sorpresa si le dejan hacer…

Menuda resaca de edad dorada al día siguiente.

En fin.

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