viernes, 24 de enero de 2014

La infidelidad


Una se levanta algunas mañanas con el cable cruzado, o será que estos días de verano antes de la primavera me tienen un poco loca. El caso es que ayer por la noche terminé un libro titulado “Jugando con fuego” del psicólogo Walter Riso, en el que habla de la infidelidad. Cuenta, de manera clara y sencilla, lo cansado y rocambolescamente complicado que es ser infiel, pero que, a pesar de ello, el 50% de la población occidental emparejada engaña a su media naranja.

Una ya no está para estos sobresaltos, debo reconocerlo, no porque esté retirada de la circulación sino porque no hay nada que me dé más repelús que meter mi cuchara en guiso ajeno. ¡Qué horror!

Cuando las mujeres somos infieles (ejem) lo hacemos –dice el insigne psicólogo- como mecanismo de defensa y supervivencia. O sea que si tu pareja no te habla durante la cena, si el beso de buenas noches es en la frente y le da lo mismo que te dejes la mitad del sueldo en Zara (o DKNY) pues está cantado que le tienes que ser infiel para que tu autoestima no se mezcle con las obras del Topo.

Cuando los hombres son infieles, lo son por su instinto depredador –parece ser-. No hace falta que la que tienen en casa no les haga caso, no, qué va, incluso todo lo contrario, es que no resisten a la tentación que ellos mismos se inventan si no se la presentan en bandeja.

Leo también que la infidelidad es un acto de la voluntad… y desmonta el tan consabido: “yo no quería, fue ella la que…”. Y como parece que las mujeres tenemos ‘más fuerza de voluntad’ pues pasa lo que pasa, que ahora se explica eso del 50%...

El caso es que yo no sé qué –ni con quién- he soñado esta noche que esta mañana he salido a la calle con el ojo afilado, intentando poner cara de depredador(a). El camarero que me ha servido el café lo ha derramado y ha tenido que ponerme otro, el anciano que se ha sentado a mi lado en el bus no ha dejado de darme palique –menos mal que un Gros-Amara se hace en un pispás- y el amable comercial de mi sucursal bancaria se ha empeñado –infructuosamente- en venderme un Plan de Inversiones en vez de un Plan de Pensiones, así que he vuelto a casa sintiéndome Sharon Stone rociada de Dior.

Han caído dos cervezas y una ensalada. Para celebrar mi ‘infidelidad’ matutino-mental.

En fin.


Por si alguien desea contactar:


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