domingo, 5 de enero de 2014

Nostalgias de la Víspera de Reyes



Hace algunos años que no hay árbol de navidad en casa; los niños crecieron y aparcaron sus guirnaldas, nacimientos e ilusiones a la espera de ellos, a su vez, inventarlas para sus propios hijos. Pero esta noche yo pongo mis zapatos en el balcón caiga quien caiga.
Y una copita de brandy y tres polvorones. Seguro que me mirarán como si me hubiera fumado un porro, pero me da igual porque yo sé que hay algo escondido en el armario de las toallas …

¿Cómo es posible que una de las más grandes mentiras del mundo occidental –no me refiero a las políticas, esas van en saco aparte- tuviera la capacidad de sembrar de emoción e ilusión mi pequeña mente racionalista?. No me creía lo que me contaban las monjas en el cole de ciertos temas, pero, ojo, los Reyes Magos, vamos, esos ni tocarlos. Por más que no cayera la tan ansiada bicicleta con la excusa primero, de que vivíamos en un piso muy alto y no llegaban y, después, de que igual es que no me había portado lo suficientemente bien… (menudo chantaje emocional).
Ya no te digo nada del año que –por gastarme una broma- me pusieron tan sólo un trozo de carbón de azúcar sobre mi zapato abrillantado y ante mi desolación, me explicaban que seguro que era porque no me lo había merecido para, al ver mi rostro descompuesto, sacar de debajo de las faldas de la mesa camilla, los regalos que me correspondían. ¿Crueldad inconsciente? No, qué va; tan sólo las gracias de la época.

Sin embargo, a la cabalgata no le daba demasiada importancia, me parecía que no era importante, allí no estaban mis regalos, tan sólo algunos caramelos y muchos pisotones.

La noche mágica era aprovechada por nuestros padres para mandarnos a la cama más pronto que de costumbre, emocionados, al borde del ataque de ansiedad, con el insomnio a flor de piel -¿quién iba a dormir en aquel estado de excitación?- y ya al amanecer estábamos en fila en el frío pasillo, pegando saltitos ante la puerta cerrada, antesala de la cueva de Alí Babá.

Fui feliz, fuimos felices. Al filo de los ocho años pregunté porqué mamá recibía siempre un sobre con dinero en vez de regalos, a lo que respondió mi padre, con voz atribulada, que los regalos de Reyes no se podían “descambiar” y que como nuestra madre era tan rara pues por eso le traían dinero, para que se comprara lo que quisiera…

Veinte años después yo también inventé ilusiones para mis hijos a base de contarles mentiras y veinte años más tarde todavía estoy intentando comprender cómo no me guardan rencor. Será porque han visto que muchas situaciones de la vida están sustentadas sobre eso: mentiras.

Pero aquéllas eran más bonitas.

En fin.

LaAlquimista

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