sábado, 4 de enero de 2014

Envejecer con gracia


“Envejecer con gracia… Esta era la señal en el camino. Podría decirse que las instrucciones están escritas con una letra invisible que se hace lentamente legible cuando la vida la va sacando a la luz. Luego sólo hay que pronunciar las palabras apropiadas. La verdad es que los ancianos no lo hacen mal. El orgullo es una gran cosa, y las actitudes y estoicismos necesarios resultan fáciles porque los jóvenes no saben –está oculto para ellos- que la carne se marchita alrededor de un corazón inmutable. Los ancianos comparten entre ellos ironías propias de fantasmas en un festín, pero sólo ellos los captan y no los invitados cuyas bufonadas y conductas contemplan, sonriendo, recordando”.

En estas pocas líneas se halla dibujado el paisaje impresionista de lo que debería ser nuestro futuro. A pequeñas pinceladas no vistas de cerca pero perfectamente apreciables desde la perspectiva apropiada.
El mensaje de esta filosofía perfecta lo extraigo del maravilloso libro de Doris Lessing “De nuevo, el amor”, relectura obligada cada cuatro o cinco años para recordarme que el milagro siempre es posible.

¡Qué tino al expresar, qué finura y acierto en las palabras! El cuerpo que va perdiendo sus pétalos, uno a uno o todos a la vez, mientras que la savia sigue corriendo por las venas, avivando ilusiones todavía, regando el destino de posibles locuras –todavía-, magnificando en silencio esa orquesta interna del amor que dirige el corazón.

Y nadie lo aprecia desde fuera, menos quien todavía no llega a esa edad en que hay demasiadas sombras por detrás y pocas luces por delante. ¿Quién piensa en lo que sienten y viven y sueñan los ancianos? Como si fuera un destino que pudiera rechazarse con un gesto displicente de la mano, como si no estuviéramos inscritos en sus páginas desde el momento mismo de nuestro nacimiento. A pesar de los que descienden del tren en marcha todos queremos llegar –subidos en ese convoy amable- hasta que la última estación se perfile, en el más que deseado lejano, horizonte.

Los que estamos envejeciendo –desde hace poco, desde ahora, desde mañana- suscribiremos complacidos las frases de la señora Doris, por todo el autorrespeto que conllevan, por la calma que amparan y el escudo implícito que ostentan para vencer el posible miedo.

Envejecer con gracia, con atractivo, con cualidades que hagan agradable a la persona, con afabilidad y buen modo en el trato, con un corazón inmutable.

En fin.

LaAlquimista


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