lunes, 20 de enero de 2014

Los domingos por la tarde son sagrados


Con mi padre podías contar cualquier día a cualquier hora excepto los domingos por la tarde. Eran unas horas en las que se pertrechaba en su pequeño dominio y podías encontrarlo leyendo, escuchando un disco enganchando a los auriculares, fumando un puro sin abrir la ventana o mirando al infinito perdido en sus ensoñaciones. –“¿Qué haces, papá?”, fue la pregunta inevitable. –“Lo que quiero, hija mía, lo que quiero”, fue la respuesta inteligente.

Así que me viene de lejos eso de que los domingos por la tarde son sagrados, un tiempo en el que no hay manera humana de convencerme para ir a pasear, al cine o de alargar una sobremesa por interesante que sea. Regalo de fin de la semana o víspera pacífica de otra semana laboriosa.

Son cuatro o cinco horas en cuyo transcurso sé que nadie, pero nadie-nadie, me va a coaccionar para hacer lo que no quiera hacer, unas horas que me he ganado –que todos nos hemos ganado- para elegir qué hacer con ellas. Pueden llenarse con una siesta perezosa, un libro apasionante, una película a la que le teníamos ganas o con remover los cajones y perderse entre fotos viejas y recuerdos dulces. Es una tarde que lo mismo se mantiene con un té con pastas que con un gintonic con mucho hielo, una tarde apacible y deseada y disfrutada hasta el último minuto.

Luego están los que dicen que ellos los domingos por la tarde ‘se aburren’, que son los peores momentos de la semana, preámbulo predecible del siguiente tramo laboral.

Bueno, cada uno tiene sus propios recursos, yo tan sólo me he acordado –como todos los domingos por la tarde y todos los días de la semana- de mi padre, al que siento cerca del ordenador, enfrascado en un libro, levantando de vez en cuando la vista y sonriendo.

En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

LaAlquimista

Foto: C.Casado "Siesta del domingo por la tarde"
 
Por si alguien desea contactar:

No hay comentarios:

Publicar un comentario