domingo, 18 de mayo de 2014

Contradicciones: un peso en la mochila


Hay días en que una no está para muchos trotes; porque las emociones juegan a avasallar o porque se han tomado el día libre, por exceso o por defecto, el caso es que me cuesta templar el espíritu como esas mañanas que se levantan aireadas –que no airadas- y de repente cambia la dirección del viento y se tornan plomizas, pesadas sin remisión. A mí me gustaría ser mucho más coherente de lo que soy, no tener que decir de mí misma –como quien hace un chiste viejo y conocido- que “yo soy yo y mis contradicciones” para que los otros sean condescendientes con mis cambios de humor o mis melancolías intermitentes.



Llevo toda la semana al aire libre (sólo me ha faltado sacar la cama al jardín), llenándome los poros del aire salobre que salta por encima de las dunas, fijando en mi retina el baile de los cedros y la majestuosidad de los pinos y robles (algunos retorcidos todavía, recuerdo de los vientos que asolaron la zona de Las Landas hace dos años), escuchando el piar de los mirlos, alondras y gorriones y los cantos vespertinos del cuco. He hecho del jardín mi territorio para leer y escribir y quedarme durante mucho rato con la mirada perdida en las nubes juguetonas, descifrando sonidos de la naturaleza, vírgenes de contaminación acústica –no hay ni siquiera perros por los alrededores, y mucho menos humanos-; algún avión surca el cielo muy, muy lejos y llega su retumbar a mis oídos en una sordina que no molesta apenas. Y la mar, estridente y absoluta, el bramido de sus olas al romper con furia sobre la playa salvaje que se halla a unos trescientos metros de la casa, es la banda sonora original de todos los momentos. Acuna por la noche y acompaña durante el día.



Se acaba la semana y las horas dibujan el bucle acostumbrado; un nudo que se hace y deshace cada siete días proyectando una nueva –y larga- sombra sobre mi vida. Decidida a vivir únicamente en el “aquí y ahora” mi mente ha dejado en stand by los registros urbanitas; mi vida más allá del jardín, en un edificio de hierro y cemento donde me aguardan mis libros y mis plantas, mi música y mi cama de verdad, los cuadros de mi pintora favorita en las paredes, el cuarto de mi hija mayor con sus cosas (todavía) y su presencia (siempre), el calendario de Paris que preside la cocina donde apunto los días en que soy feliz…



Volveré a pisar las calles de adoquines, a sortear bicicletas, a pasear al perro de mi madre, a tomar un verdejo en la terracita de abajo; veré a mis amigos, me cruzaré con gente, hablaré hasta por los codos, comeré en un restaurante sin aire libre, me acostaré tarde y me despertarán los obreros con el taladro, sonará el teléfono –que ha estado apagado durante siete días-, llamarán a la puerta para venderme alguna ideología, vaciaré el buzón de mil publicidades absurdas… y seré también moderadamente feliz a pesar de mis contradicciones.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Fotos: C.Casado
*Un paseo por las Landas del año 2011

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