miércoles, 28 de mayo de 2014

No quiero ser injusta o la vecina que me vuelve loca



Con el paso de los años, cuanto más me canso, menos necesito dormir. Esta paradoja desangelada la conocemos bien las personas que estamos dejando atrás la década de los cincuenta. Es el momento en el que se debe decidir si se acepta el devenir natural del cuerpo, es decir, la ausencia de sueño, o se recurre a remedios químicos para pasar la noche con los ojos cerrados (pastillas).

Toda la vida he abominado de los medicamentos y de“pastillazos” varios; soy de esas personas ingenuas que se aguantan un dolor de cabeza o de estómago pensando: “esto tiene su razón de ser y también pasará”.Las farmacéuticas no hacen negocio conmigo y dejo para quien lo necesite más que yo mi cupo de medicamentos en la Seguridad Social; tengo buena salud y mucho empeño en solucionar por mi cuenta las pequeñas “goteras” de la edad.

Pero lo de la vecina me está superando. Ella también debe de dormir poco, pero no porque le moleste yo, sino porque le desvelan las horas y horas que pasa delante de la televisión…!en horario diurno y nocturno! Mucho antes de las ocho de la mañana “se conecta al mundo” a través de la caja tonta y demasiados decibelios y, con la contundencia de un buen aparato y unos mejores altavoces, avisa al mundo de que ya se ha puesto las pilas y está dispuesta a dar guerra. En realidad, esta señora, de la que desconozco el nombre, pero no el rostro, con la que no coincido casi nunca en el portal ni en el colmado de la esquina, tiene una edad bastante superior a la mía y seguramente padece el insomnio propio de una edad provecta.

Pero a mí me tiene reventada, porque como yo duermo muy poco cada vez, es decir, que igual a las cinco de la mañana estoy ya tecleando en el ordenador o leyendo un libro, aprovechando las horas de ausencia de sueño, luego me adormilo un rato hacia las siete y ese descanso complementario me lo fastidia la buena vecina con su actividad matutina frente al televisor. Aunque yo no me creo que sea una teleadicta, pienso más bien que se siente sola o es algo miedosa y utiliza la televisión como paliativo de la soledad o incluso que, como hacen muchos personajes de novela, habla con las presentadoras del telediario.

No quiero ser injusta y quejarme de lo que hacen los demás sin detenerme a pensar en lo que yo misma hago que pueda molestarles.

Porque yo he criado a dos hijas nada calladitas ni de pequeñas ni de mayores. En casa la música suena desde por la mañana, más o menos desde las diez y acaba más o menos hacia las once de la noche si hay película de por medio. Y además tengo un perro que, cuando está muy contento, ladra porque juega a correr por el pasillo o porque llaman al timbre y piensa que es alguna de “las niñas” que vuelve a casa.

No quiero ser injusta y abominar de una señora mayor que vive con su aparato de televisión al igual que otras vivimos con un perro, pero me cuesta comprender porqué tiene que conectarse a la caja tonta a primera hora del sábado y del domingo, incluso antes de las ocho de la mañana convencida de que es algo que tenemos que soportar sus vecinos. Además no quiero bajo ningún concepto enfrentarme a ella como una vieja gruñona –que todavía me falta mucho para llegar a serlo.

Así que intento adaptarme a los horarios de la buena señora y dormir cuando ella duerme y escuchar las óperas de Mozart cuando ella quema sus calorías emocionales y mi paciencia. O cuando sale a comprar, silencio absoluto desde las once –de la mañana- hasta la una del mediodía (pero ¿qué horas son estas para que yo duerma?)

También paso revista a los “ruidos” de mi vivienda cuando doy esas “cenitas” llenas de risa, jolgorio y música que acaban de madrugada. Intento no obviar los ruidos de mi dormitorio que hace pared con el salón de su casa. Intento tener en cuenta los ruidos de mi perro cuando lo dejo solo en casa. E intento, por encima de todo, no pensar en cómo seré yo cuando sea tan mayor como ella y la de cosas raras que haré y que mis vecinos no comprenderán.

En fin.

LaAlquimista

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Post escrito en Mayo 2013

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