viernes, 2 de mayo de 2014

Pocas sonrisas por la calle

 
Hoy es mi “Día internacional de la sonrisa”. Me lo invento porque me da la gana, como una pequeña pataleta contra el hecho de que he estado observando a la gente con la que me cruzo por la calle y veo demasiadas caras adustas o indiferentes. Y como tengo ganas de jugar, me pongo a ello. Es algo tan sencillo como ponerse un sombrero de papel, no cuesta dinero y cualquiera puede hacerlo, así que allá que me voy, calle adelante con mi “sonrisa doble-especial”, a ver qué pasa.

Mi barrio es popular y hay mucha gente a cualquier hora, andar por las aceras es un ejercicio de buena voluntad sorteando bicicletas, perros sueltos, señoras con carrito y jubilados apoyándose en algún inmigrante. Es hora de colegio, así que me libro de monopatines y golpetazos con mochilas king size. Enfilo hacia el Norte (el mar) a paso ligero y con la sonrisa bien expuesta. Sin decaer, sin aflojar, consiguiendo la tensión justa para que no parezca forzada o producto de un lifting facial, sino natural.

La gente me mira al cruzar su paso con el mío; veo que va a funcionar la cosa. Ahora se trata de entrar en unos cuantos establecimientos, aproximar mi sonrisa a la realidad, intentar que sea empática o por lo menos, contagiosa. Ahí está el Banco de la esquina. Llamo a la puerta y entro con mi sonrisa a cuestas. Me dirijo a la ventanilla de información y solicito cambio de un billete de 50€. La empleada me mira –mira mi boca, mira mis ojos sonrientes- y me dice: “En realidad nosotros no damos cambio, pero bueno, por una vez… ¿Cómo lo quiere?” y toma mi billete, lo pasa por la máquina detectora de billetes falsos y me suelta los dos de 20€ y las diez monedas de 1€ que le he pedido.

Me despido con mi habitual: “que tengas un buen día” y sigo mi camino. La gente que cruza mi sonrisa detiene sus ojos sobre mi rostro unos segundos más de los necesarios, es evidente que “me ven”, que he dejado de ser la señora de mediana edad invisible que atraviesa la ciudad –y la vida- sin que nadie repare en ella. Enarbolo mi sonrisa como si fuera el estandarte de mi personalidad, como si portara una pancarta en la que le quiero decir al mundo que estoy viva, contenta y lo quiero compartir.

Pero yo no veo sonrisas que se crucen con la mía; veo gente caminando con prisa, con gesto apático, parejas de dos que vienen hablando, gesticulando pero no sonriendo, veo demasiados pequeños auriculares injertados en los oídos, brazos atornillados a la oreja por el teléfono móvil, y los que usan el manos libres, hablando solos, como hacían antes los locos por la calle.

Está claro que soy una excéntrica. Me deprimo y cojo el autobús de vuelta a casa.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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