jueves, 1 de mayo de 2014

Emidio me da patadas por la noche


Emidio vive conmigo desde hace casi cinco años. Apareció al final del verano –recuerdo que celebrábamos mi cumpleaños- con su sonrisa entre maliciosa y tierna, con ese aire pelín canalla que a las mujeres vividas nos gusta tanto. Tirando a gordito, vino de la mano de mi hija pequeña pidiendo con su voz ronca y sensual un sitio donde dormir.

Traía poco pero interesante equipaje y un olor como a buscador de cariño que era imposible desdeñar.

Siempre he sido acogedora con los amigos de mis hijas y esta vez no iba a ser menos, máxime cuando supe que ya le habían hablado (mi hija) de mí, exagerando mis valores y ocultando mis manías, en resumidas cuentas, haciéndome la pelota para que me lo quedara.

Me sonrió nada más ser presentados y se lanzó a mis brazos. De hecho, tuve que abrirlos para que no cayera al suelo de tanto fue el ímpetu que utilizó. En pocos minutos, volcó sobre mi piel y mi asombrado corazón una retahíla en prosa poética adornada por la música de sus besos capaz de ablandar al más duro de los humanos. Y como no era mi caso, dije que sí, que se podía quedar.

En seguida hube de ponerle nombre, Emidio, dije, siempre he tenido debilidad por los italianos, tan guapos ellos, aunque éste no era un modelo de Armani sino más bien el buque insignia de “Teddykompaniet”, recién llegado de Suecia para solaz y contento de quien supiera apreciar lo bueno. Es “achuchable” y se deja hacer, salpicando mi cama de besos -que han sido depositados previamente por las bocas amorosas que me aman- en las noches frías y solitarias.

Durante el día no molesta apenas. Me mira trajinar a primera hora en el ordenador y deja que repose mis gruesos libros sobre su voluminoso abdomen cuando leo, cual facistol doméstico y amable. No sale mucho; le basta con tomar el aire fresco que entra a raudales desde el monte cuando abro los ventanales y, algunas tardes, se tumba displicente encima de la cama y, desnudo, toma el sol.

Es una compañía discreta y agradable. Apenas me lleva la contraria, de hecho, no habla prácticamente excepto cuando viene mi hija pequeña que le anima con su voz, y no reclama más alimento que los achuchones que a veces no puedo reprimir darle aunque me sienta un poco estúpida haciéndolo, tal es la diferencia de edad.

Por la noche, he sentido alguna vez, que me daba patadas en la cama. Y estoy preocupada.

En fin.

Dedicado a OhMandi y a Emidio y a su hermana pequeña Julieta, de la que hablaré otro día.


LaAlquimista

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