lunes, 12 de mayo de 2014

Reflexión de alguien que no suele pararse a pensar



Estoy cambiando; a golpetazos mi pensamiento deriva irremisiblemente hacia derroteros inusitados. Cuento el tiempo que gasto, las horas que desperdicio en un silencio vacío y los minutos que aprovecho en los silencios preñados de significado. Voy diferenciando con poco margen de error lo que me produce satisfacción profunda y todo lo que se me va quedando fuera, inservible, esperando a la aparición del contenedor de lo superfluo para ser depositado en él.

El día a día sin más sentido que el trabajo a golpe de sirena, esclavizado por el reloj y su empeño, sin más horizonte que los afanes laborales, sin más lucha que aquella que derive de lo profesional, todo ese maremagnum en el que patalean y boquean millones de seres humanos me es lejano y extraño.

No tengo que luchar por buscar cobijo, ni alimento. Mi cuerpo se viste de pieles que no he tenido que arrancar con mis propias garras. El alimento llega a mis manos sin haber tenido que cuidar la tierra, sin la lucha depredadora por conseguirlo. Pertenezco a un clan que me acepta, dignifica y considera. Todo está en orden en mi vida.

Sin embargo no me satisface la inmediatez de lo que obtengo, me deja un sabor amargo en la boca la superficialidad social del divertimento como contrapartida al trabajo. Somos focas de circo en busca de la sardina que nos ofrece el domador por haber pasado con estilo y glamour por el aro.

Demasiado bullicio interno. Ver, conocer, tener, atesorar. O gastar, fundir, desperdiciar, tirar. Me afano hasta el cansancio infinito para aprender a separar lo importante de lo superfluo. Y cuando creo que me voy acercando observo que el criterio adoptado es asaz diferente del que utilizan la mayoría de los seres que me rodean. Hay un punto de fuga en el que nos separamos… y tengo que ser lo suficientemente fuerte como para vencer el miedo de “escaparme” por él.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50


LaAlquimista

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