miércoles, 7 de mayo de 2014

Paris. "Carnet de voyage". Tesoros escondidos


Penúltimo día en Paris y me entra el gusanillo de hacer muchas cosas todavía; W. se asusta pero se apunta también a un bombardeo, así que partimos de buena mañana hacia l’Île de la Cité donde está escondida una de las pequeñas/grandes joyas de la capital francesa en cuanto a arquitectura gótica se refiere: La Sainte Chapelle. Lejos de las colas multitudinarias descubrimos con placer que hay cuatro gatos nada más; de esa manera los 8€ de la entrada parece que duelen menos. Esta pequeña iglesia es una de las sorpresas de Paris; quien no la conozca que vaya ciegamente y no se arrepentirá: ya digo, una “petite merveille”.



De gótico a gótico en cuatro pasos estamos de nuevo en Notre-Dame; le había prometido a W. subir a hacer una visita a “Emmanuelle” que vive en la torre sur, así que sin demora alguna -aunque previo pago de 7€-, comenzamos a trabajarnos los 400 peldaños de escalera de caracol angosta donde las haya (abstenerse cardíacos y claustrofóbicos) con la emoción anticipada del panorama por descubrir.



Ya estamos arriba, ya hemos soñado con Cuasimodo colgándose de las vigas de madera, todo el entramado de madera, da pánico pensar en un incendio a estas alturas y ahora tenemos Paris a nuestros pies.



Pero hay que pasar junto a las quimeras que jalonan el estrecho balconcillo a más de 50 metros de altura…



La quimera es un término de la mitología griega que designaba a un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón. Más tarde, el espectro se amplió para referirse a una criatura fantástica compuesta a partir de otras. En las torres de Notre-Dame existe una galería de quimeras realmente impresionante. Eso sí, no deben confundirse con las gárgolas, que además de decorativas sirven de desagüe.


Las quimeras de esta galería que se encuentra entre las dos torres fueron diseñadas por Viollet-le-Duc, uno de los arquitectos que restauró la bella catedral en el siglo XIX.



Las vistas desde la torre a la que permiten subir son impresionantes. Hermosas en la bruma del teleobjetivo se divisan al fondo las torres de La Defense –que bien vale una visita por el contraste brutal con la ciudad clásica-; la ciudad entera se desparrama silenciosa a nuestros pies, pronto el encanto quedará roto y reposará en el recuerdo de la tarjeta de memoria de la cámara y en el rinconcito donde guardamos los momentos hermosos.



El Barrio Latino tiene un imán especial; turistas, viajeros y incluso parisinos siguen acudiendo a sus caves, boîtes, bistrots y bares. Es un barrio muy grande que no se reduce a esas cuatro callecitas llenas de tiendas de souvenirs y chiringuitos internacionales para comer por un módico precio el menú turístico. Me gusta entrar a este barrio por el callejoncito de la Rue du Chat qui Pêche (qué nombre tan bonito para una calle). Hoy hay “parada y fonda” porque W. desea probar una “raclette à l’anccienne y hay que darle gusto, así que nos vamos al Châlet Suisse y le pegamos zapatazo a cualquier equilibrio dietético. El vino del Rhin nos ayuda a diluir cualquier culpabilidad. Para ayudar a la digestión nos pegamos una caminata larga, BoulMitch arriba, giramos 40º grados a la izquierda y dos kilómetros más allá le muestro a mi amiga la sorpresa del día.



La Grande Mosquèe de Paris está casi “escondida” entre las calles que bordean la Place Monge. Puerta con puerta con el Jardin des Plantes, es un lugar que aparece en pocas guías turísticas y que se puede visitar –atrio,jardines,biblioteca- por el módico precio de 3€. Imposible asomar la nariz a la sala de oración, ni siquiera a la de las mujeres.


Sin embargo, el muecín sale al patio a rezar las oraciones equipado con un micrófono inalámbrico. Para nuestro asombro, canta y recita los suras del Corán sin importarle nuestra presencia, así que le saco una foto para el recuerdo. El trasiego constante de hombres llama la atención: son las cinco y media de la tarde, ejecutivos, estudiantes y trabajadores se descalzan y se pierden entre las sombras de la gran sala que nos está vedada después de haber pasado por las toilettes donde se hacen las abluciones.


Las fuentes están todas sin agua, el estanque vacío, las flores no han sido cuidadas desde la última vez que las vi. Hay una desidia en el entorno general, se vé que no quieren que les visiten pero algún acuerdo tendrán con la municipalidad que les obliga a ello…



Saliendo de la mezquita, en la esquina sur, está el delicioso Café-restaurante con sus jardincitos llenos de pájaros donde reponer fuerzas con un thé à la mènthe y un pastel dulce. Sigue haciendo calor y nada mejor que una bebida bien caliente y azucarada para restablecer el equilibrio térmico en el cuerpo cansado.



El paseo continúa atravesando el Jardin des Plantes; abigarrado de flores rosas la gente se desperdiga por sus bancos a la sombra. Saco preciosas fotos de W. pero ella no quiere “salir en la foto”, así que no me queda más remedio que poner una mía debajo de uno de los numerosos árboles rosados.

El cansancio ha hecho mella en nuestros cuerpos serranos así que pillamos el Metro en la estación de Austerlitz. Tenemos ganas de volver al apartamento. Esta es nuestra última noche y hemos previsto una cena de despedida. Con cosas ricas, champagne y buena compañía. Nos despediremos de la noche parisina brindando bajo una luna inusualmente hermosa. La misma que estarán viendo nuestros seres queridos desde Donostia…

LaAlquimista

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

Fotos: C.Casado

*Viaje realizado en Abril 2011

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