lunes, 26 de mayo de 2014

El amor que no se expresa se pierde

 



La frase no es mía, aunque la suscribo, sino de una persona amiga que compartía conmigo sus íntimas reflexiones. Me decía –y a ver si lo transmito correctamente, que ya sé que me estás leyendo- que siempre sintió que en su interior había mucho amor, amor suyo, amor que nacía de su propia esencia como ser humano, pero que, por miedo a entregarlo como hizo una vez y sufrir como hizo aquella vez, lo había protegido con una coraza y colocado un candado bien grande. Para que nadie se lo robase o para negarse a una posible futura entrega. Por prevención, prudencia o, simplemente, miedo.

Y así había estado viviendo estos últimos años, en una tranquilidad aburrida y carente de todo sobresalto; justo lo que creía que necesitaba. Sin embargo, últimamente, estaba surgiendo de su interior una vocecilla –a la altura del fondo de su estómago, más o menos- que le susurraba y molestaba cuestionándole si no habría cometido el más grande de los errores: el de no amar.

Hasta aquí el planteamiento de quien conmigo compartía inquietudes. A partir de aquí, la reflexión que a mí se me ocurre y que ya está fuera del ámbito de lo personal y se inclina a una divagación nada inocente.

Lo que más me gustó de aquella conversación pausada, sin ruidos de fondo y ausente de prisa, fue el hecho de reconocer que el “amor” no es algo que tenga que venir de fuera, sino que ya anida en nuestro interior, que viene de fábrica en el modelo de serie. En contra –y muchas discusiones ha habido- de la opinión de tantos y tantos que hablan como si hubiera en nosotros un vacío que ha de ser llenado por el amor que viene de fuera. Contraria sigo siendo a la tan extendida premisa de que “sin ti no soy nada” y “antes de conocerte mi vida no tenía sentido”.

Yo creo firmemente que todos nacemos con una capacidad de amar infinita en nuestro interior. Así como el corazón bombeará sangre y los pulmones trasegarán aire con una capacidad sin límite, indiscriminada –hasta su fin- también el amor existe en cada persona para que hagamos con él lo que queramos. Amordazar, maniatar, reprimir, constreñir o ignorar. Es nuestra elección. Expresar, mostrar, compartir o regalar. Lo que libremente decidamos.

Pero teniendo muy claro que lo que no se expresa, se pierde.

Y allá cada cual con sus decisiones, que no le eche la culpa a nadie de sus propias incapacidades, de las limitaciones que no ha sido capaz de superar, de la arrogancia de creer que tiene derecho a ser amado sin entregar apenas nada a cambio, de la soberbia infinita de pensar que porque una vez entregó el amor, ya nunca más ha de volverlo a entregar y sentir entonces cómo la vida se engrisece, cómo los días se vacían, cómo la gente de buen corazón no tiene ya nada que decir ante la frialdad en la que se ha voluntariamente instalado.

Amar o no amar, ésa podría ser la cuestión.

En fin.

LaAlquimista

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*Post escrito en Mayo 2012

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