lunes, 5 de mayo de 2014

Paris. "Carnet de voyage" Primavera, sol y reencuentro

 
El reencuentro con Paris lo llevo a cabo sin salir de casa, o casi, en la terracita respirando el aire limpio, demorando el espíritu y el cuerpo durante el desayuno, escrutando cielo azul y tejados, olores y ruidos –tan iguales, tan distintos- durante las primeras horas de la mañana sigue siendo un pequeño e ineludible placer. No hay prisa, ninguna urgencia que obligue a acelerar el espíritu y, en esta primavera parisina, quiero disfrutar de cada instante en el abandono consciente que a veces me regalo.


Después los pasos irán solos hacia el oasis de l’Île de Saint Louis, origen del asentamiento de los celtas “parisii”, camino nostálgico del pasado invierno, calles que atravesé entre vientos y lluvia fría, que ahora se van calentando a golpetazos de primavera, sin apenas automóviles, pocos autobuses y ninguna parada de metro.


 
Un segundo café tranquilo a espaldas de Notre Dame con Charlie Parker y sus amigos en el puente Louis Philippe como banda sonora original de fondo hacen que me sienta en terreno conocido. Contemplo el semblante sonriente de W. quien, como niña con zapatos nuevos, empieza a comprender muchas cosas.


La catedral de Paris me sigue fascinando a pesar de las innumerables veces que he paseado su contorno; ahora, sus floridos flancos junto al río atraen a las cámaras fotográficas irremisiblemente. Postal inevitable, no por manida menos hermosa. Veo un grupo de japoneses y me pregunto qué sentirán, qué sentiría yo en su lugar y si sería capaz de irme de vacaciones a Japón si mi país estuviera devastado y en peligro.



Para huir de la atestada plaza de Notre Dame bajamos al “quai”; junto al río se respira la paz demorada de quienes escapan de la aglomeración. Hace sol y primavera: todo es perfecto. Los “bateaux mouches” surcan las aguas y desde ellos los turistas saludan agitando los brazos; no sé si es de mala educación no responder de igual manera, pero nos limitamos a mirar sonriendo. Se acerca la hora de comer (francesa) y se retiran quienes buscan su condumio en el Quartier Latin y la famosa “Formule” de dos platos y postre por 12€. Es el momento de echar mano de la tarjeta guardada con cariño del coqueto restaurante a donde me llevó en Noviembre pasado mi amigo Nigel; en el 18, rue de la Bûcherie se encuentra “Le grenier de Notre-Dame”. Un vegetariano con clase y sustancia en la comida, mejor dejar ingestas “potentes” para otro momento...


De postre, arrastrando los pies y el Chablis un kilómetro calle arriba alcanzamos Le Jardin du Luxembourg. Y una imagen vale más que mil palabras… aunque ante la expresión aterrorizada de W. –y la mía- optamos por acomodarnos en esas sillas metálicas –que pesan un quintal para que nadie se las lleve- con el respaldo inclinado en ángulo de 120º donde la siesta reparadora de cara al sol (en mi caso ostensiblemente de espaldas) se convierte en un placer digno de reyes (y de reinas).


Un largo paseo atravesando calles llenas de librerías hasta la rue Mouffetard nos brinda la charla distendida al caer la tarde, las tiendas rebosantes del color de la fruta y los vegetales, el gentío parisino, los estudiantes con sus cervezas y copas de vino, niños en la Place Monge, motos y coches transitando el empedrado con conductores envidiosos de quienes ocupamos las terrazas casi al borde del abismo (de la calzada). W. tiene antojo de frambuesas; yo prefiero aprovechar la “happy hour”…

En el camino de vuelta al terreno conocido, una parada en el Village Saint Paul y sus tiendas únicas, acogedoras. Una pequeña conversación con la encargada de una galería de arte, unas cuantas fotos al ocaso en la Plaza de la Bastilla y un helado en Berthillon para combatir el inusitado calor.


 
Por la noche reencuentro con la amiga de siempre que nos obsequia en su precioso loft de Rue de Charonne con un auténtico “Petit salé aux lentilles”, ensalada con ese queso que no podremos imitar jamás y la “tarte tatin” de matrícula de honor de mi cocinera parisina favorita. Gracias, Hélène por tu siempre fabulosa acogida.

De regreso “al hogar” al filo de la medianoche, W. me pregunta un poco asustada: “Alqui, ¿todos los días van a ser así?” y yo le respondo, “no, mujer, mañana vamos a emplearnos a fondo”. Infusión relajante en la terracita con un chupito de Licor de la Isla de Rhé y ocho horas de sueño en perspectiva. Si encima tenemos paz por dentro… no queda más que agradecer al Universo los dones recibidos.

Y de verdad que lo hago.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

En fin.

LaAlquimista

Fotos: C.Casado

*Viaje realizado en Abril 2011

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