sábado, 17 de mayo de 2014

Paseo en silencio por el borde del lago

 
Reconozco que soy una maniática y hasta una pesada insoportable cuando me empeño, pero mi gente ya sabe que cuando toca hacer senderismo (eso que ahora se llama nordic-walking y que no es más que coordinación precisa de movimientos con bastones añadidos) necesito silencio externo para poder conectarlo con mi silencio interno. Es decir, que sean los ruidos de la naturaleza los únicos que acompañen la andadura –a ser posible- , pero sobre todo abomino de la cháchara que distrae el pensamiento del objetivo primordial de la caminata: disminuir en lo posible la distancia que separa el cuerpo del espíritu. No entiendo cómo pueda haber caminantes con los cascos en las orejas, ni grupos que ríen y charlan mientras caminan, despreciando la posibilidad maravillosa de la comunión con la naturaleza a través del silencio y la observación.


 
A muy pocos kilómetros al norte de Mimizan está el pueblecito de Aureilhan, cuyo lago se ve bordeado por senderos diversos que permiten disfrutar de un entorno maravilloso. Comenzando por una “Promenade fleuri” –o paseo de las flores- donde jardineros que saben lo que hacen cultivan muy diversas especies de flores y arbustos, junto a un jardín japonés en cuyo interior un pequeño estanque da cobijo a varias familias de ánades y coipús.

 
Prohibidas las bicicletas en todo el perímetro del lago –que atraviesa el Camino de Santiago- los sobresaltos quedan reducidos al mínimo un día laborable a media mañana.

 
Es importante hacer el ejercicio mental imaginativo de cómo estará esta preciosidad de lugar en temporada alta, con sus deportes náuticos, un camping enorme y áreas de picnic cada doscientos metros. Sin embargo, es un lujo en el silencio de la ausencia.


Una vez visité Versalles y la última media hora de la visita desapareció toda la gente de forma que –inusualmente- pudimos recorrer los fastuosos salones sin más compañía que la de nuestra imaginación. Bailamos un vals en el salón de los espejos y las reverencias y risas quedaron grabadas en mi mente para siempre.

 
Los árboles enormes juegan a inventar una melodía con la brisa que llega del lago; cualquier ilusión es posible en este entorno.

 
Desde una inmersión en la melancolía hasta el sueño creíble de tomar el té en el jardín del famoso Château Woolsack que encara el lago con el recuerdo de sus ilustres visitantes. Las pequeñas barcas se mecen en sus amarres guardando la huella de las risas del último fin de semana; ahora disfrutan de una duermevela colorida a la espera de que sus dueños las vuelvan a la vida.


Este tiempo detenido es tan hermoso que casi da pena romper el hechizo con algo tan prosaico y vulgar como una comida que reclama el estómago que todavía no sabe de poesía ni de bucolismo alguno.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Fotos: C.Casado

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario